Filosofía de Cafetería. Conversaciones Absurdas. Filosofía ligera para el día a día.
El día que el universo me dio un pantallazo azul
Mira, no soy de los que creen en conspiraciones. Ni en reptilianos, ni en el terraplanismo, ni en que los anuncios de internet escuchan mis conversaciones (aunque sigo sin entender por qué me salen ofertas de ataúdes ecológicos a los 35). Pero lo que me pasó el otro día me ha hecho replantearme todo.
La historia comienza con un calambre cósmico.
Estaba en el gimnasio, haciendo lo que hago siempre: aparentar que sé usar las máquinas mientras evito hacer contacto visual con los demás. Me encontraba en una de esas posturas ridículas intentando estirar los isquiotibiales cuando, de repente, sentí un dolor eléctrico recorriendo mi pierna. Como si un técnico del universo hubiese desenchufado mi cable por error y luego, en pánico, lo hubiera vuelto a conectar a medias.
—¿Estás bien? —me preguntó un tío que parecía haber nacido dentro de una sala de musculación.
No, no estaba bien. Tenía la pierna derecha completamente bloqueada. Intenté moverme y me di cuenta de algo inquietante: el dolor era tan artificial que parecía programado. Como si alguien hubiera introducido mal el código del «músculo sobrecargado» en mi sistema operativo.
El error 404 de mi cuerpo
Cuando llegué a casa, empecé a preguntarme: ¿y si todo esto es una simulación?
Porque, vamos a ver, hay demasiadas cosas raras en este mundo. ¿Cómo explicas que siempre recuerdes una contraseña justo después de cambiarla? ¿Por qué los semáforos siempre se ponen en rojo cuando tienes prisa? ¿Cómo es posible que el mismo calcetín desaparezca del tambor de la lavadora en todas las casas del planeta?
Mi dolor de pierna, que se sentía más como un bug que como una lesión normal, encajaba perfectamente con esta teoría. Pero lo peor llegó cuando intenté dormir.
Pesadilla en el código fuente
Me tumbé en la cama y el dolor no hizo más que intensificarse. Intenté todas las posiciones posibles: boca arriba, de lado, en modo croqueta… Nada.
En mitad de la noche, medio dormido, mi cerebro empezó a lanzar teorías absurdas:
—¿Y si los dolores musculares no son más que glitches en la simulación?
—¿Y si los médicos son solo NPCs diseñados para mantener la ilusión?
—¿Y si el gimnasio no existe cuando no estoy allí, como en los videojuegos de mundo abierto?
A las cuatro de la mañana, con la pierna agarrotada y la mente desquiciada, llegué a la peor conclusión posible: si este mundo es una simulación, lo han programado con el motor gráfico más cutre del mercado.
Y justo cuando estaba a punto de rendirme, mi salvación apareció en forma de cilindro vibrante.
El NPC que me salvó la vida
—Tío, usa esto —me dijo mi compañero de piso, lanzándome una pistola de masaje muscular.
Ahora bien, hasta ese momento yo veía esos aparatos como otra estafa del universo capitalista. Una versión motorizada de lo que ya puedes hacer con el puño de tu abuela cuando te agarra el brazo y te dice: «¡Ay, qué tensos tienes los músculos, hijo!»
Pero, amigo, qué equivocado estaba.
Cuando apoyé la pistola de masaje en mi pierna y la encendí, sentí algo que solo puedo describir como un reinicio del sistema.
Brrrrr.
Era como si mi cuerpo hubiese recibido un parche de actualización. Como si alguien en la central de control del simulador hubiera dicho:
—Oye, ese tío está a punto de descubrir la verdad, arregla su código antes de que sea demasiado tarde.
Y en cuestión de minutos, el dolor desapareció.
Moraleja de un personaje en un videojuego de saldo
Así que aquí estoy, un día después, con la certeza de que este mundo tiene más errores que un Windows sin actualizar. Pero si realmente estamos atrapados en un simulador barato, al menos he descubierto un truco.
Y, por si acaso esto es una simulación y hay algún programador cósmico leyendo esto:
Por favor, tío, optimiza el motor gráfico.
Y ya que estás, ponme más dinero en la cuenta bancaria.