Antes de esto, mi vida era un caos con Wi-Fi

Una historia cómica y real sobre cómo una vida desordenada sigue siéndolo, pero ahora con una impresora portátil que imprime recuerdos y excusas para seguir desahogándome con humor y sarcasmo.

Mi desastre personal con final fotogénico

Crónicas de humor de la vida real con una impresora fotográfica portátil

Antes de usar esto —y me refiero a esto como quien señala el botón de autodestrucción en una peli de ciencia ficción— mi vida era un desastre. Un desastre de esos con banda sonora propia, escenas post-crédito y un tráiler dramático que empieza con: “En un mundo… donde todo sale mal”.

Mi existencia era una mezcla entre telenovela venezolana, capítulo perdido de Black Mirror y tutorial fallido de YouTube.

Y no, no exagero. Bueno, tal vez un poco. Pero sólo por razones estéticas.

Todo empezó con una tostadora y una mala decisión

Era martes. Lo sé porque los martes suelo perder la fe en la humanidad y en mí mismo. Me disponía a hacer tostadas cuando, sin saber cómo, acabé quemando el pan, derramando el café y descubriendo que el gato había hecho caca justo en el único rincón de la casa que tiene alfombra.

Ahí lo supe: mi mente estaba al límite.

Miré alrededor y vi caos: pilas de ropa como montañas sagradas, recibos que podrían formar una novela, y fotos… fotos por todos lados. Pero todas digitales, todas flotando en la nube, o como yo la llamo: el limbo de los recuerdos que jamás serán impresos.

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El drama de las fotos no impresas (y de mi madre)

Porque claro, mi madre lleva años pidiéndome “fotos de verdad”. Nada de mandarle capturas por WhatsApp, no. Ella quiere tocar el papel, oler el cartón barato del marco, llorar mientras ve una foto de mí con los ojos cerrados diciendo “esa salió preciosa”.

Y ahí estaba yo, con miles de recuerdos y cero pruebas físicas de que alguna vez fui feliz (o al menos, que fui a la playa).

Por eso, cuando me hablaron de una impresora fotográfica portátil, reaccioné como si me ofrecieran agua en mitad del desierto. O como si Amazon supiera que estoy en crisis, lo cual seguramente es cierto.

Desahogo fotográfico con carcajadas incluidas

La probé sin expectativas. Dije: “esto seguro se traba, gasta tinta como mi coche gasta gasolina y la batería dura menos que mi motivación un lunes”.

Pero, sorpresa: funcionaba.

Y no sólo eso, sino que imprimía bien, rápido y sin pedirme actualizaciones cada tres segundos.

Me puse a imprimir como loco: fotos de cuando aún tenía abdominales, de mi perro disfrazado de Batman, de aquella vez que fingí saber bailar salsa. Y, entre risa y risa, algo raro pasó… empecé a ordenar el caos.

No por obligación, sino porque imprimir recuerdos me hacía sentir que, al menos, estaba agarrando las riendas de algo. Aunque ese algo fueran momentos ridículos.

La crónica del tío Paco y el Panerai

En medio de este proceso de impresión masiva, apareció el tío Paco. Este personaje, que lleva años presumiendo su reloj Panerai cada vez que nos reunimos, me soltó:

—Tú lo que necesitas es menos papel y más disciplina.

—Y tú lo que necesitas es dejar de hablar del Panerai como si fuera tu primogénito, Paco.

Paco me miró raro. Luego imprimí una foto suya con cara de estreñido en el bautizo de mi primo y la pegué en la nevera. Paco se rió. Yo también. Mi madre lloró de la emoción.

Fue un momento Kodak, pero sin Kodak, porque esto es el siglo XXI.

De desastre a comedia gráfica (literalmente)

Desde entonces, he llenado mi casa de pequeñas postales de mi desastre personal. Cada foto impresa es como decir: “Sí, soy un caos… ¡pero qué fotogénico soy!”.

Y eso, amigo lector, es un desahogo legítimo.

La vida no ha cambiado. Sigo sin saber cómo se plancha una camisa sin convertirla en origami. Aún me olvido de pagar la luz. Pero al menos, cuando las cosas se van a la mierda, ahora puedo documentarlo en alta calidad.

¿Y si tu desastre también merece un álbum?

No te estoy vendiendo humo. Ni felicidad, ni éxito, ni abdominales (que ya ni tengo).

Pero si eres de esos que quieren ver sus recuerdos más allá de una pantalla, que quieren reírse de sus tropiezos con pruebas tangibles y tal vez, sólo tal vez, poner orden entre tanta locura…

Entonces, te lo digo como amigo:
Una impresora fotográfica portátil puede no salvarte la vida, pero sí puede darle un buen enfoque.

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