Aquel hombre con gorro blanco que hacía fotografías al amanecer jugándose la vida en medio de un paso de peatones repleto de vehículos. ¿Viajaba porque quería olvidar o porque deseaba recordar? No sé.
Un encuentro inesperado en la ciudad
Era una mañana fría en Madrid. El sol apenas asomaba entre los edificios, tiñendo el cielo de un dorado tímido. En la esquina de Gran Vía, el semáforo parpadeó en verde para los peatones, y entre ellos, un hombre con un gorro blanco de pelo, gafas oscuras, chaqueta y pantalón marrón avanzó con paso seguro.
En la mano derecha, sostenía un móvil. Se detuvo en medio del paso de cebra y levantó el brazo para capturar el instante exacto en que la luz se reflejaba en los ventanales de un viejo hotel. En su espalda, una mochila de viaje bien ajustada. A su lado, una maleta de ruedas descansaba sobre la línea blanca de la carretera.
No se dio cuenta de que alguien lo observaba
—¿Siempre tomas fotos en los pasos de peatones? —preguntó una voz femenina.
El hombre bajó el móvil y giró la cabeza. Frente a él, una mujer con una bufanda burdeos y un abrigo negro lo miraba con una mezcla de curiosidad y diversión.
—Solo cuando la luz vale la pena —respondió él, con una media sonrisa.
La mujer asintió, como si entendiera perfectamente de lo que hablaba. El semáforo cambió, los coches arrancaron, y ambos siguieron caminando.
—¿Eres fotógrafo? —preguntó ella.
—No exactamente. Pero viajo mucho y colecciono momentos.
Ella miró la mochila bien asegurada a su espalda y la maleta que rodaba sin esfuerzo a su lado.
—Debe ser un estilo de vida interesante.
—A veces sí. Otras veces, es solo una manera de no estar en un solo sitio demasiado tiempo.
Él la observó. Había algo en su mirada, una chispa de reconocimiento. Como si ella entendiera más de lo que decía.
Un viaje en cada fotografía
Se llamaba Irene. Le contó que era ilustradora y que, de vez en cuando, también sentía la necesidad de moverse de ciudad en ciudad.
—Creo que algunas personas están hechas para quedarse y otras para irse —dijo ella, mientras caminaban por una calle empedrada.
—¿Y tú?
—Yo solía quedarme. Ahora intento aprender a irme.
Él asintió. Sacó el móvil y le mostró la foto que había tomado.
—Mira esto.
La imagen capturaba la silueta de los edificios recortados contra el cielo dorado, los reflejos en los cristales, la línea del paso de peatones como un camino a ninguna parte.
—Parece una despedida —dijo ella, con voz suave.
Él la miró sorprendido.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé porque yo también he tomado fotos así.
Se quedaron en silencio por un momento, cada uno inmerso en pensamientos que no necesitaban decir en voz alta.
—¿Vas a alguna parte en especial? —preguntó ella, señalando su equipaje.
—París, luego Lisboa. Después… no lo sé.
Ella sonrió.
—Siempre hay un después.
El peso de los recuerdos
Se sentaron en una cafetería con vistas a la calle. Él colocó la mochila sobre la mesa y la abrió con cuidado. Dentro, había un cuaderno de tapas gastadas, una cámara antigua y un libro con páginas dobladas.
—No llevas muchas cosas —comentó ella.
—Solo lo esencial. Lo demás es peso innecesario.
Ella pasó los dedos por la superficie del cuaderno.
—¿Escribes?
—A veces. Pero más que escribir, guardo recuerdos.
Él sacó una fotografía de entre las páginas. Mostraba un puente iluminado por faroles, con dos siluetas apoyadas en la barandilla.
—¿Quiénes son?
—Mis padres.
Ella notó la manera en que su voz cambió, una nostalgia disfrazada de normalidad.
—¿Hace cuánto que no los ves?
Él suspiró.
—Demasiado tiempo. Siempre hay otro destino, otra foto por tomar.
Irene lo miró con ternura.
—A veces, el viaje más difícil es el de regreso.
Decisiones en el camino
La tarde avanzó. Él le contó sobre su vida en movimiento, los lugares que había visto, las historias que había coleccionado. Ella le habló de sus ilustraciones, de cómo intentaba plasmar en papel los sentimientos que no podía expresar en palabras.
—¿Y qué harás después de París y Lisboa? —preguntó ella.
Él dudó. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía una respuesta inmediata.
—No lo sé. Quizá vuelva a casa.
Ella sonrió.
—Tal vez sea hora de hacer una foto diferente.
Se despidieron en la estación. Él ajustó las correas de su mochila, sintiendo su peso familiar. Antes de subir al tren, tomó una última foto: Irene, de espaldas, caminando hacia la salida, con la luz de la tarde dibujando su silueta.
Un viaje con propósito
Mientras el tren avanzaba, miró la foto en su móvil. Luego, sacó la fotografía de sus padres y la guardó en el cuaderno.
Quizá era momento de volver.
Ajustó la mochila en su espalda, apoyó la maleta junto a él y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que su equipaje no solo cargaba cosas, sino también decisiones.
Porque viajar no siempre es escapar. A veces, es encontrar el camino de regreso.
Los viajes nos enseñan que lo que llevamos con nosotros define cómo vivimos cada experiencia
Elegir bien nuestro equipaje es elegir cómo queremos movernos por el mundo. Una mochila cómoda, una maleta resistente… Pequeños detalles que hacen que cada viaje, sea de ida o de regreso, valga la pena.
Si estás planeando tu próxima aventura o quizá un reencuentro, asegúrate de llevar contigo algo que esté a la altura de tus recuerdos. Descubre aquí las maletas que harán de cada trayecto una historia memorable.