La incómoda verdad del ascensor
En esta historia hilarante y llena de ironía, exploro la incomodidad universal de los ascensores, con una teoría personal tan absurda como real. Una historia cotidiana para partirse de risa… y con una recomendación final muy útil si viajas.
¿Por qué los ascensores son tan incómodos? Una teoría absurda (pero bastante real)
¿Alguna vez te has subido a un ascensor y, de repente, has sentido cómo tu alma se evaporaba por la planta de los pies? No sabes a dónde mirar, el silencio es de funeral y siempre, siempre hay alguien que huele raro o respira como Darth Vader. Pues bien, hoy te traigo una teoría que podría cambiar la historia de la humanidad, o al menos darte una buena risa mientras vas al baño con el móvil. No hay premio Nobel de por medio, pero casi.
La odisea vertical comienza (subir tres pisos con dignidad)
Yo, como buen humano urbanita, he pasado más tiempo en ascensores que en reuniones útiles. Y aunque pueda parecer una rutina inofensiva, hay algo en esos cubículos metálicos que saca lo peor de nosotros. ¿Será la cercanía física con desconocidos? ¿La lucha por no hacer contacto visual? ¿O el temido «momento espejo» donde te miras y piensas: «¿Por qué vine al mundo con esta cara a las 8 a.m.?»
Todo empezó un lunes. Ya sabes, esos lunes que se sienten como domingos con resaca emocional. Me metí en el ascensor con mi mochila, mis ojeras y mi dignidad medio cargada. Y ahí estaba ella: la señora del tercero B. Una mujer que, con solo su mirada, puede hacer que te replantees tus decisiones vitales.
—“Buenos días”, dije yo, intentando parecer funcional.
Silencio. No hubo respuesta. Solo un leve movimiento de ceja, lo justo para que el karma apuntara en su libreta. Y fue entonces cuando lo sentí. La incomodidad. Esa tensión ambiental que podría cocer pasta sin fuego.
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El ascensor no es un medio de transporte. Es una prueba psicológica
Aquí va mi teoría, que quizá no tenga base científica, pero tiene mucha base de bar:
Los ascensores son cámaras de tortura emocional diseñadas por el mismísimo diablo, o por alguien de recursos humanos con muy mal día.
¿Nunca te ha pasado estar en un ascensor lleno y que, de repente, alguien diga “¡Uf, qué calor hace!”? Traducido significa: “Estoy a un paso de morir asfixiado con vuestros perfumes mezclados y el aliento a café de oficina”. Y lo peor: no puedes escapar. No puedes huir. Solo queda mirar el numerito digital que sube tan lento como el interés de tus amigos en tus audios de 5 minutos.
Por no hablar de los que aprietan el botón varias veces como si eso invocara a un dios ascensoril que diga “Venga, rapidito, que este muchacho tiene prisa”.
El espejo, esa trampa emocional que nunca perdona
Y luego está el espejo. Ese artefacto traicionero que, en lugar de distraerte, te devuelve tu imagen más patética: hombros caídos, pelo rebelde, mirada perdida… y tú ahí, fingiendo no mirar mientras todos sabemos que te estás evaluando como si fueras a una entrevista con Oprah.
¿Te suena, verdad? Porque esto nos pasa a todos, desde el analítico que se pregunta por qué sigue existiendo el ascensor sin ventilación, hasta el creativo que imagina una escena de thriller con todos los presentes.
El clímax del horror: el ascensor se detiene
Ahora bien, hay un momento que supera a todos los anteriores. Ese instante donde el ascensor se detiene entre dos plantas. ¿Error técnico? ¿El principio del Apocalipsis? ¿Una pausa para que reflexiones sobre tus pecados?
En mi caso, se detuvo entre la planta 4 y la 5. Y ahí estábamos: yo, la señora del tercero B, un repartidor sudoroso, un señor que masticaba chicle como si fuera de cemento… y un niño. Sí, un niño que empezó a cantar “Let it Go” en bucle. Durante 7 minutos eternos.
¿Moraleja? No la hay. Pero desde ese día llevo siempre una botella de agua, unos auriculares, y una nevera de viaje pequeña con snacks, porque uno nunca sabe cuándo su vida va a depender de un paquete de galletas y un Aquarius.
Resolución y producto del día (sin presión, eh)
Así que, queridas y queridos lectores de esta tragicomedia vertical, si os sentís identificados con esta historia, tengo una humilde sugerencia:
No para el ascensor, aunque si eres dramático como yo, puede que también. Sino para esos momentos inesperados donde el día a día te lanza bolas curvas.
Sirve para viajes, picnics, escapadas o simplemente para sobrevivir al ascensor del trabajo sin perder los nervios (ni el humor).
¿Tú también has vivido un “drama ascensoril”?
Cuéntamelo en los comentarios, comparte esta historia si te has reído (aunque sea por dentro) y, si quieres estar siempre preparado, échale un vistazo a estas neveras de viaje. Nunca sabes cuándo un sandwich frío puede salvarte la cordura.
¡Estas a una carcajada de distancia de la siguiente historia!