No tenemos mala suerte, pero buena tampoco

Conversaciones absurdas, decisiones dudosas… Descubrimos que la suerte no nos odia, solo nos ignora. Y sigue tropezándonos sin ayudarnos en nada.

La suerte no te odia, pero tampoco te ayuda en nada

Hay dos tipos de personas en este mundo: los que nacen con una estrella y los que nacen estrellados. Yo pertenezco a un tercer grupo: el de los que vamos por la vida con una linterna sin pilas, tropezando con cada obstáculo que la existencia nos lanza, pero sin llegar a caernos del todo. Es decir, no tenemos mala suerte, pero buena tampoco.

Y esto, amigos, se nota en los momentos más insospechados. Como aquella vez que decidimos hacer kayak. Spoiler: el agua estaba fría y mi dignidad mojada.

La idea brillante que nunca debió ocurrir

Todo comenzó en una de esas conversaciones absurdas que solo surgen después de la tercera caña y un par de tapas que no eran suficientes para absorber el desastre en camino.

  • Tío, deberíamos hacer algo aventurero este finde.
  • ¡Exacto! Algo que nos haga sentir vivos.
  • ¿Paracaidismo?
  • Demasiado caro.
  • ¿Escalada?
  • Demasiado esfuerzo.
  • ¿Kayak?
  • Ahí, justo en el punto medio entre valientes y perezosos.

Así fue como nos encontramos, un sábado a las 7:00 de la mañana (una hora indigna para cualquier actividad que no implique dormir), con chalecos salvavidas y un instructor que nos miraba con esa expresión de «estos no duran ni diez minutos».

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La teoría contra la práctica: una humillación en alta definición

El instructor nos dio una charla sobre técnicas de remo, seguridad y cómo evitar volcar el kayak. Parecía sencillo. Aunque otra vez: no lo era.

En la teoría, uno rema con armonía, deslizándose grácilmente por el agua. En la práctica, mi amigo y yo parecíamos dos chimpancés con cucharones tratando de hacer una tortilla en una lavadora en centrifugado.

A los cinco minutos:

  • Yo: ¿Por qué solo giramos en círculos?
  • Mi amigo: Creo que nos han dado un kayak defectuoso.
  • Instructor: ¡Porque los dos remáis para el mismo lado, genios!

Para nuestra defensa, el kayak venía sin manual de instrucciones.

La tragedia estaba escrita

Cuando finalmente conseguimos avanzar en línea recta, la naturaleza decidió que ya era hora de probar nuestra determinación. Una pequeña corriente nos arrastró hacia unas ramas bajas.

  • ¡Agárrate a algo!
  • ¿A qué?
  • ¡No sé, pero hazlo con estilo!

Como buenos incompetentes, nos agarramos a la peor rama posible. El kayak se ladeó, el agua nos abrazó con frialdad, y la dignidad decidió abandonarnos por completo.

Si alguien grabó ese momento, está ahora en YouTube bajo el título «Dos idiotas descubren la gravedad».

Reflexiones desde la orilla (y la hipotermia emocional)

Al final, logramos arrastrarnos de vuelta a tierra firme, empapados, riéndonos como hienas y con la sensación de haber sobrevivido a algo que nunca debió haber pasado.

Moraleja: el kayak es divertido, pero más divertido si no eres tú quien termina tragando agua.

Y aquí viene la parte interesante: pese al desastre absoluto, ya estamos planeando repetir la experiencia. Porque, al final, la suerte podrá ignorarnos, pero nosotros seguimos insistiendo. Y si tú también quieres desafiar la lógica y el sentido común, quizás es hora de que pruebes un kayak. Solo asegúrate de elegir bien a tu compañero de remo.

Si te ha hecho reír esta historia, imagina lo que sería vivirla. Y conviértete en el protagonista de tu propia anécdota absurda. Quién sabe, quizás la suerte decida no ignorarte esta vez.

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