Siempre se me olvida algo… y esta vez casi no lo cuento

Todo me sale mal, Siempre me toca lo peor, ¿Por qué solo a mí?

Siempre me toca lo peor: la vez que olvidé lo esencial al salir de casa

Hay días en los que te despiertas y piensas: Hoy va a salir todo bien. Te lo dices con convicción, como quien firma un pacto con el universo. Pero el universo, ya sabes, tiene sentido del humor. Un humor negro, cruel y, en mi caso, muy puntual.

Y es que, sin exagerar, siempre se me olvida algo al salir de casa. Las llaves. La cartera. El paraguas justo cuando diluvia. El bocadillo en el microondas. ¡Hasta los cascos cuando sé que tengo reunión por Zoom en el tren!

Pero lo de aquel martes fue… superior.

El inicio de una tragedia anunciada

Eran las 07:13. Lo recuerdo porque mi despertador no sonó. O sí, pero lo apagué con ese reflejo ninja que solo se activa en modo “cinco minutos más”.

Salté de la cama, me metí la camisa por dentro mientras me lavaba los dientes y, en una maniobra digna de un ninja borracho, logré vestirme, peinarme y salir por la puerta en menos de 9 minutos.

Hasta ahí, todo relativamente bien.

Bajo las escaleras. Corro. Llego al metro. Entro. Y en ese exacto momento, un pensamiento me golpea como un ladrillo en la frente:
No llevo zapatillas.

Bueno, a ver, sí llevaba algo en los pies. Unas viejas chanclas de andar por casa. De esas que arrastras como si fueras un fantasma con artritis. Pero claro, ni deportivas, ni elegantes, ni presentables. Mi look era digno de un episodio de “Se te cayó la dignidad, recógela”.

Todo me sale mal… y el universo lo sabe

Intenté racionalizarlo:
—“Vale, no pasa nada. Salgo del metro, paso por esa tienda del centro y me pillo unas deportivas baratas. Nadie se va a dar cuenta.”

ERROR.

La tienda estaba cerrada por inventario. ¡Inventario! ¿Quién demonios hace inventario un martes a las 08:00 de la mañana?

—“Bueno, da igual, paso por la zapatería del barrio.”

Cerrada por reformas.

—“¿Por qué solo a mí me pasa esto?”

Y entonces llega el momento final. Me toca cruzar la calle… y llueve. ¿He dicho que llovía? No. Llovi-Á. Con tilde en la A y todo. Me empapé los pies, resbalé, y una señora me miró con una mezcla de lástima y desprecio que todavía me persigue.

Y ahí estaba yo: con los pantalones mojados hasta la rodilla, las chanclas encharcadas, el ego por los suelos y preguntándome por qué me tocan siempre las escenas más ridículas de la existencia.

La reunión y el clímax de la vergüenza

Llegué. Con cara de náufrago. En silencio. Intentando pasar desapercibido. Pero claro, nadie ignora a un tipo que entra con chanclas de felpa en una sala de juntas.

—“¿Has venido andando desde Bali?” —me soltó uno.
—“¿Nuevo look? ¿Estilo home-office-chic?” —remató otra.

Yo sonreí. De esas sonrisas que duelen por dentro. Como cuando te dicen “no eres tú, soy yo”.

Quise desaparecer. Teletransportarme. Convertirme en neblina. Pero no. Aguanté la hora y media de reunión con la dignidad justa para no llorar en un rincón.

El descubrimiento que me salvó el alma (y los pies)

Después del desastre, decidí que nunca más. Que mi yo futuro me agradecería ser más previsor. Así que me fui directo a buscar unas zapatillas decentes. No cualquier cosa, no. Algo que pudiera aguantar mis prisas, mis despistes, mis carreras improvisadas y, sí, incluso mis olvidos.

Y ahí las encontré.

Unas deportivas cómodas, ligeras y con estilo. Tan versátiles que valen tanto para una escapada exprés como para sobrevivir a un día que empieza torcido. Desde entonces, las tengo siempre a la puerta de casa. Como un amuleto. Como un recordatorio de que, aunque el universo juegue contigo, tú puedes ir preparado.

¿Por qué siempre se me olvida algo?

No lo sé. Tal vez porque tengo mil cosas en la cabeza. O porque soy un desastre con patas. O porque, en el fondo, todos llevamos ese pequeño caos interno que nos hace humanos. Lo importante es aprender a reírse de ello.

Y tener las herramientas adecuadas, claro.

Moraleja (o algo parecido)

Desde aquel martes maldito, cambié varias cosas:

  • Tengo una checklist en la puerta (llaves, cartera, móvil, zapatos).
  • Me despierto con un despertador que me insulta (literalmente).
  • Y siempre tengo mis deportivas favoritas listas, limpias y secas.

Porque si el mundo decide darte un día de perros, al menos que no te pille en chanclas.

¿Te ha pasado algo parecido?

Si también tienes la capacidad mágica de olvidarte justo eso importante al salir de casa, bienvenido. No estás solo. Nos pasa a los mejores… y también a mí.

Y si estás buscando unas zapatillas que te salven de convertirte en meme viviente, estas deportivas que encontré podrían ser tu nuevo talismán. No hacen milagros, pero sí evitan resbalones (literal y metafóricamente).

Haz clic aquí y échales un ojo.
Puede que no evites el olvido… pero al menos llegarás con estilo.

¿Te has reído? ¿Te has sentido identificado? Compártelo con ese amigo que también vive olvidándolo todo… o guarda este post como recordatorio para no salir otra vez sin deportivas.

Y tú, ¿qué fue lo último que olvidaste al salir de casa?
Cuéntamelo en los comentarios. Prometo no juzgar (mucho).

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