Esto es uno de esos relatos inesperados, con anécdotas con un toque sarcástico, donde el caos es el verdadero protagonista y el único logro fue no prender fuego a la cocina. No acabé el informe, tampoco aprendí una habilidad nueva y menos ir al gimnasio. Pero sí descubrí que los cereales saben mejor a media tarde. Y que mi robot aspiradora tiene más fuerza de voluntad que yo.
El día que pretendí ser eficaz y lograrlo, pero fracasé estrepitosamente.
El lunes amanecí con una energía sospechosamente alta. De esa que no viene sola, viene acompañada de falsas promesas del tipo: “Hoy sí que sí”.
Todo empezó con una lista… y muchas expectativas. Esto no es uno de esos relatos motivacionales donde el protagonista se supera y al final corre una maratón con una sonrisa. «No».
Había leído (otra vez) que la productividad se basa en rutinas. Así que me hice una lista de tareas con más colores que una tienda de rotuladores.
6:00 AM: Levantarse con energía
6:30 AM: Meditación zen con música de lluvia tibetana
7:00 AM: Desayuno saludable (sin mirar el móvil)
7:30 AM: Trabajar en ese proyecto que pospongo desde 2021
Lo normal, vamos. El problema fue que la noche anterior me acosté viendo vídeos de perritos reaccionando a aspiradoras. Me dormí a las 2:00. A las 6:00, cuando sonó la alarma, mi mente dijo: “Tira, que no estamos para eso”.
Mente sin frenos y decisiones cuestionables
Me desperté a las 9:47. Lo primero que hice fue abrir Instagram “solo un minuto”. Treinta y seis memes después, seguía en la cama, con la mente sin frenos, el móvil en la cara y cero productividad en las manos.
Me levanté para recuperar el control de mi vida. Spoiler: tampoco pasó.
Preparé café. El primero estaba frío. El segundo lo olvidé en el microondas. El tercero sabía raro porque no era café, era salsa de soja (no preguntes). Ahí empezó el principio del fin.
Intenté trabajar. Me senté frente al ordenador, abrí el archivo, miré la pantalla, la pantalla me miró a mí… y decidimos no hacer nada.
El momento de mayor tensión
A eso de las 13:00 me encontré discutiendo con mi yo interior sobre si era mejor procrastinar con dignidad o fingir que hacía algo útil.
Fue entonces cuando apareció él: el robot aspiradora. Girando por el pasillo como si tuviera un propósito más claro que el mío. Zuuuumm, zuuuumm, pasaba a mi lado con cara de “yo sí limpio, ¿y tú qué haces, vago?”.
Ahí tuve una epifanía.
Yo, humano supuestamente inteligente, estaba en bata, con restos de cereales en el pecho, mirando a un aparato circular que hacía más por mi casa que yo por mi vida.
Eso, queridos lectores, fue el pico emocional de esta historia. Si esto fuera una película, ahí sonaría música de autoayuda y alguien gritaría “¡sí se puede!”. Pero aquí lo que sonó fue mi estómago. Porque, claro, ni había comido.
Relatos inesperados desde la cocina
La cocina, como siempre, era un campo de batalla. Pero al menos mi robot ya había pasado por ahí. Noté el suelo limpio. Casi me sentí culpable por caminar descalzo. Casi.
Me serví cereales. Sin leche, porque estaba caducada desde hacía tres semanas. Así que usé agua. Sí, agua. No lo recomiendo. Pero esa es otra historia.
Mientras masticaba mi desayuno tardío, reflexioné: ¿Por qué intentamos ser tan productivos todo el tiempo? ¿Por qué nos exigimos tanto? ¿Quién inventó el club de las 5 AM y por qué no está en prisión?
Lo que aprendí (más o menos)
No aprendí a organizar mi día, ni a cumplir mi lista de tareas. Pero sí saqué algunas conclusiones útiles:
- La mente sin frenos no se controla, se observa. Y se redirige con cariño, no a base de latigazos.
- Enganchando mentes con falsas promesas de superación no ayuda a nadie. Lo que funciona es aceptar los días desastrosos con sentido del humor.
- El robot aspiradora es el verdadero héroe de la jornada. Mientras yo me derrumbaba emocionalmente, él lo daba todo por mantener el suelo decente.
- Hay belleza en el fracaso cotidiano. Y si se cuenta con sarcasmo, hasta resulta entretenido.
¿Y el final feliz?
Bueno, eso es discutible.
No salvé el mundo, pero limpié migas del sofá. No escribí mi novela, pero escribí este post. Y no dominé la productividad, pero aprendí a no tomarme tan en serio.
Y aquí va mi única recomendación, si has llegado hasta aquí y te has reído al menos una vez (o te has sentido identificado):
Si tú también tienes días en los que fracasar es lo único que haces bien, al menos deja que algo funcione por ti.
Yo aposté por un robot aspiradora y, sinceramente, ha sido la única decisión sensata del día. Mientras yo daba vueltas existenciales, él simplemente hacía su trabajo. No había drama. Sin memes. No lo deja para mañana.
¿Y tú? ¿Cuál fue tu mayor fracaso productivo con sabor a chiste? Cuéntamelo en los comentarios.
Y si quieres que algo funcione por ti cuando tú no puedes… quizás sea hora de darle paso al verdadero MVP del hogar.