Cuando el semáforo conspira contra ti

En esta historia hilarante y muy real, narro cómo un semáforo rojo, justo al llegar, puede desencadenar una cadena de sucesos tragicómicos, poniendo a prueba mi paciencia, mi autoestima y mis zapatillas Adidas.

El semáforo se pone en rojo justo cuando llego

Una mañana cualquiera, o eso creía…
Lo juro, no era lunes. Porque si llega a ser lunes, esto no lo cuento. Era miércoles, ese día que ni fu ni fa, que no huele a gloria pero tampoco apesta. Salgo de casa con el pecho inflado y la mente fascinada por la idea de llegar pronto a trabajar, como si eso fuese un logro. No lo fue.

Llevo mis zapatillas adidas nuevas. Blancas. Impecables. Y ya sé lo que estás pensando: «¿Quién estrena zapatillas un día laborable?» Yo, colega. Porque lo intento, pero la vida no me deja ganar.

Calle abajo, todo fluye como en una comedia romántica. El sol acaricia, los pajaritos trinando, y yo con paso firme y estilo. Pero entonces… ahí estaba él. Inmóvil. Frío. Calculador. El semáforo.

El semáforo tiene algo personal contra mí

Tres segundos que duran una vida.
Llego justo cuando la luz verde parpadea. Echo a correr como si estuviera escapando de Hacienda. Pero no. El semáforo, ese maldito oráculo urbano, se tiñe de rojo con la precisión de un reloj suizo. Justo cuando llego.

Y me quedo ahí. Frente a la nada. Rodeado de coches que no vienen, pero tampoco se van. ¿Qué hacen? ¿Ensayando una escena de Fast & Furious versión en pausa?

Mientras tanto, los segundos pasan y mi atención retenida se centra en una señora con un carrito que me mira como si yo fuera parte del mobiliario urbano. A su lado, un niño me señala. Se ríe. Tengo la autoestima en los cordones.

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Reflexiones frente al semáforo

Mientras espero como un pasmarote, me da por pensar. ¿Y si esto es una metáfora? ¿Igual el semáforo soy yo, y el mundo, los coches que me ignoran? ¿Seguro que necesito más café?

Pero antes de que me ponga existencial, me fijo en mis zapatillas. Y ahí lo entiendo todo. Este no es un día cualquiera. Este es el día en que el universo decide ponerme a prueba. Al mal tiempo, buena cara, dicen. Aunque a veces cuesta.

El karma atropella, pero con gracia

El semáforo cambia, pero no todo mejora. Por fin, se pone en verde. Me lanzo como si me ofrecieran cerveza gratis en un festival. Pero claro, resbalo. No mucho, lo justo para hacer el ridículo. Me intento recomponer con dignidad. Tampoco lo consigo.

Delante de mí, un grupo de chavales que ríen discretamente. Y al fondo, mi jefe. En coche. Mirándome desde su BMW como si acabara de salir de un sketch de cámara oculta. Me saluda. Yo me hago el muerto por dentro.

Pero entonces, algo pasa. Un señor se me acerca, con voz grave y mirada de sabio:

—Hermano, esas Adidas te han salvado la caída. Buenas suelas.

Y ahí, en medio del caos, encuentro mi redención. No todo está perdido. Ni siquiera mi dignidad. Porque si algo he aprendido, es que en la vida uno puede patinar, tropezar, quedar en ridículo… pero con unas zapatillas Adidas, al menos lo haces con estilo.

Lo importante no es el semáforo

Ese día no llegué tarde, llegué legendario. El semáforo me puso a prueba y perdí. Pero me fui caminando como si la acera fuera una pasarela y yo, el embajador oficial del «pues mira, no me rompí nada».

Desde entonces, cada vez que un semáforo se pone en rojo justo cuando llego, ya no lo veo como un castigo. Lo veo como una oportunidad. Para pensar. Para respirar. O simplemente para reírme de mí mismo.

Porque, como bien sabes tú que has llegado hasta aquí (y te lo agradezco más que el wifi del vecino), la vida no va de correr, sino de cómo te lo tomas. Y si puedes hacerlo con humor, con ironía y unas Adidas en los pies… entonces ya has ganado.

¿También sientes que la vida conspira contra ti, pero aún así sales a la calle con estilo? Pues échale un ojo a estas zapatillas Adidas. No prometen milagros, pero al menos si tropiezas, será con clase.

 


¡A UNA CARCAJADA DE DISTANCIA DE LA SIGUIENTE HISTORIA!

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