La revolución de la risa

Nunca pensé que acabaría usando la risa como escudo social… hasta que descubrí que también podía salvarme del peor de los males: dormir junto a un trombón humano.

Cómo la carcajada se ha vuelto un idioma universal

La revolución de la risa está aquí. No lo digo yo, lo dice el vecino del tercero que, después de discutir con su mujer, se pasa diez minutos riendo solo en el balcón. O está loco… o ha descubierto el truco definitivo para no matarse en pareja.

El inicio de todo (o casi)

Todo empezó una noche cualquiera. Yo, con mi taza de café de ayer recalentado y la radio puesta, escuché que ahora las empresas contratan “gestores de felicidad”. Vamos, gente que te hace reír para que no pienses que te pagan una miseria.
Lo gracioso es que funciona. Y no solo en oficinas. En la cola del súper, una señora empezó a contar chistes de suegras y, de pronto, nadie recordaba que llevábamos 20 minutos parados porque el cajero se había quedado pillado mirando el código de las patatas.

El día que la risa salvó una reunión

Luego vino el episodio épico en el trabajo. Una reunión de esas que prometen 10 minutos y duran hora y media. El jefe se estaba poniendo más rojo que un semáforo y, de repente, a alguien se le escapó una risa. Contagiosa, de esas que hacen que los demás no puedan parar.

Resultado: la tensión se evaporó, y el jefe terminó proponiendo hacer las próximas reuniones… en un bar.

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El enemigo nocturno

Pero la verdadera revolución de la risa llegó a mi vida cuando conocí a Carlos. Bueno, conocí… más bien descubrí que vivía al otro lado de la pared, porque cada noche parecía estar practicando para la orquesta sinfónica de ronquidos.

Ahí ya no había risa que valiera. Ni meditación, ni música relajante… ni meterme algodón en las orejas como si fuera un espantapájaros.

La salvación llegó con luces (literal)

Hasta que una amiga me habló de los auriculares de luz roja con cancelación de ruido. Yo pensé: “Sí, claro, y ahora vendrá la pulsera que adelgaza por wifi”. Pero oye… mano de santo. No solo anulan el concierto del vecino, sino que además tienen infrarrojos que ayudan con el tinnitus y a dormir como un lirón.

Ahora, cada vez que Carlos arranca su solo nocturno, yo enciendo mis auriculares, cierro los ojos… y sonrío. Porque sé que he ganado la batalla sin disparar un bostezo.

La risa es poderosa.

Te salva de jefes, de colas en el súper y, con un poco de tecnología, hasta de los ronquidos. ¿Tú también tienes un “Carlos” en tu vida? Cuéntamelo… y que no se entere.


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