Relato divertido y sarcástico sobre el arte de regalar, con reflexiones absurdas de cafetería, un Rolex falso, conversaciones surrealistas y un inesperado golpe que demuestra por qué tener un botiquín a mano nunca está de más.
Regalos que trauman más que sorprenden
El regalo que me rompió la dignidad (y un diente). Todos tenemos un amigo que cree que regalar es un arte… abstracto. Como el cubismo, pero con envoltorios reciclados de Navidad de hace cinco años. Y claro, tú sonríes, porque la educación occidental nos obliga a fingir alegría aunque lo que haya dentro del papel sea una camiseta de piñas talla XXL, cuando tú eres más de calaveras y talla M. Pues bien, esta historia es sobre uno de esos regalos. Uno que no solo enganchó mi mente, sino también mi labio superior contra una silla.
Acabó con una visita a urgencias, una conversación absurda sobre relojes Rolex falsos… y un descubrimiento existencial en una cafetería.
El cumpleaños, ese día de tortura camuflada en globos
Todo comenzó con mi cumpleaños. Ese momento en el que uno espera recibir algo útil, bonito… o al menos no peligroso. Pero claro, hablamos de mis amigos. Gente con más creatividad que criterio. Y ahí estaba yo, frente a un paquete sospechosamente grande, envuelto con papel que decía “Feliz Comunión” y cinta adhesiva que parecía haber sobrevivido a la Guerra Civil.
—“Ábrelo, te va a encantar”, dijeron con una sonrisa que olía a maldad.
Pues lo abrí. Iluso de mí. Y lo que salió de ahí fue… una silla plegable con altavoces Bluetooth, posavasos, y un dispensador de cacahuetes automático.
Sí. Lo que oyes. Una silla que, si la miras mucho rato, probablemente te insulta en arameo.
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Cuando el regalo te ataca sin piedad
Lo gracioso del asunto —y aquí viene el clímax— es que decidí probarla en el momento. “¡Vamos a estrenarla!”, dije, como si fuera una buena idea. Me senté. Pulsé un botón. El dispensador de cacahuetes se activó. Y al parecer también la catapulta oculta que tenía en la base. Porque la silla se plegó como origami satánico y yo salí disparado como si el universo hubiera dicho: “¡Plot twist!”
Mi boca se estampó contra la mesa. Uno de mis dientes decidió independizarse. Y, como diría cualquier filósofo de cafetería: “El dolor te conecta con la realidad… pero también te hace gritar como cabra”.
Filosofía de cafetería y reflexiones post-trauma
Con la boca anestesiada y una gasa como bigote improvisado, acabé en una cafetería de barrio. De esas con suelo pegajoso, camareros que filosofan más que sirven y un menú donde el “café con leche” viene con existencialismo incluido.
—“Lo que pasa es que vivimos obsesionados con regalar cosas materiales… cuando lo que necesitamos es sentido, hermano”, dijo un camarero mientras me traía un descafeinado que sabía a tristeza.
Y lo peor: tenía razón. A veces regalamos por compromiso, sin pensar en la utilidad ni en las consecuencias dentales.
Conversaciones absurdas que enganchan la mente
Al rato, se me sienta enfrente un señor con pinta de haber vivido cuatro vidas y medio motín. Me mira el labio hinchado y me dice:
—“¿Te han regalado un Rolex de los que explotan o qué?”
Me reí. Bueno, intenté. Me salpicó el café. Y acabamos hablando una hora sobre regalos fallidos, relojes Rolex que no son Rolex y cómo una vez su prima regaló una gallina disecada con tutú de ballet.
Y fue ahí cuando entendí que, a veces, las conversaciones más absurdas son las que más te enganchan la mente. Y que tener un botiquín cerca no es solo recomendable, es imprescindible si tienes amigos como los míos.
¿Qué aprendí de todo esto (además de no confiar en sillas tecnológicas)?
- No te fíes de un envoltorio bonito. Puede esconder una trampa.
- La filosofía de cafetería es más útil de lo que parece. Te enseña sin que te des cuenta.
- Los regalos deben venir con manual de primeros auxilios.
- Un botiquín de primeros auxilios no es un lujo, es supervivencia. Literal.
El botiquín, ese héroe no reconocido
Y ahora, querido lector, sin querer parecer vendedor de feria ni gurú de la autoayuda, te lo digo con sinceridad: si vas a tener amigos con imaginación peligrosa, hazte con un buen botiquín de primeros auxilios. El mío, por ejemplo, tiene desde tiritas con dibujitos hasta spray antitrauma emocional (vale, eso no… pero debería). Está ordenadito, portátil, y cabe hasta debajo de la cama por si las visitas se ponen creativas.
Porque si la vida es una fiesta, al menos que no te pille sin vendas.
La vida no se envuelve con lazo… pero sí con sentido del humor
Al final del día, todo es una cuestión de actitud. Te puedes enfadar por una silla asesina, o reírte, compartir la historia, filosofar en una cafetería y… escribir un blog. Porque lo importante no es el regalo, ni el golpe, ni el Rolex falso. Es la historia que cuentas después. Y si lo haces con humor, mejor que mejor.
¿Tú también tienes amigos con ideas de regalo que rozan lo criminal?
Cuéntame en los comentarios tu historia más absurda.
Y si aún no tienes botiquín de primeros auxilios…
¡A UNA CARCAJADA DE DISTANCIA DE LA SIGUIENTE HISTORIA!