Una historia tan cercana como hilarante sobre cómo pasamos más tiempo eligiendo series que viviendo. Con un giro final inesperado… y sin un solo pelo fuera de lugar
Más series, menos ejercicio
¿Te ha pasado?
Te sientas en el sofá con toda la intención de ver una serie. Solo una.
Solo que…
No sabes cuál.
Porque hay demasiadas.
Porque no estás de humor para drama pero tampoco para risa, pero tampoco para sangre, pero tampoco para pensar, pero tampoco para nada.
Y empieza el ritual.
Scroll.
Scroll.
“¿Y esta cuál es?”
“Ufff, muy lenta.”
“Esta es danesa, qué pereza leer subtítulos.”
“¡Uy, esta la empezó Paco sin mí! No, no.”
“Esta… mmm… no sé.”
Y cuando levantas la mirada… han pasado 47 minutos.
Cuarenta y siete minutos…
para NO ver nada.
¿Y sabes qué es lo peor?
Que con esa misma intensidad, no te tomas ni cinco para moverte del sofá.
No digo hacer triatlón, ojo.
Digo moverte. Así, en general.
¿Qué nos está pasando, amigos?
Yo antes salía.
Con mis piernas.
>>Caminaba.
>Corría.
>Perseguía autobuses.
>Escapaba de reuniones familiares.
Ahora, me persigue el algoritmo.
La vida me la cuentan los trailers.
Mi ejercicio es ir del sofá al frigo, y del frigo al váter.
Y lo peor es que…
me siento culpable.
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El día que quise correr
Un martes cualquiera decidí salir a correr.
Puse música motivadora.
Ropa deportiva.
Zapatillas con nombre de tormenta tropical.
Una app para medir los pasos.
Di 736 pasos. Contados.
¿Y sabes por qué paré?
Porque me vi reflejada en un escaparate.
Parecía una Imitadora de alguien que corre.
Patética.
Roja.
Con cara de “¿Quién me mandó a mí?”
Ese fue el día que acepté que mi resistencia física es como mis ganas de madrugar: anecdóticas.
La depilación improvisada
Esa misma semana, justo antes de una boda, decidí depilarme.
Así… sin anestesia emocional ni aviso.
Con cera fría.
De esas que prometen “suavidad inmediata” y te dejan la piel como Der Spiegel: brillante, pero dolorosa.
No te exagero:
al tercer tirón vi pasar mi vida.
Y no estaba en HD.
Lloré.
Pero no por el dolor.
Lloré porque aún me quedaba una pierna.
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Y entonces… algo cambió
En medio de mi derrota cutánea y cardiovascular, apareció en mi vida una cosa que jamás pensé amar:
Una depiladora láser con enfriamiento de hielo.
Lo sé.
Suena a ciencia ficción.
Como los abdominales sin esfuerzo. O las reuniones que podrían haber sido un mail.
Pero esta maravilla…
>No duele.
>Tampoco quema.
>Ni suena como un taladro.
Y lo mejor: puedo usarla mientras decido qué serie ver.
Mira qué ironía:
el aparato que más ha cambiado mi rutina… es uno que no me obliga a moverme.
Pero espera… ¿qué tiene que ver esto con el ejercicio?
¡Todo!
Porque lo que me hizo pensar no fue la tecnología.
Ni la suavidad.
Ni siquiera la posibilidad de usar minifalda sin parecer un cactus.
Fue darme cuenta de que invertía más tiempo en elegir qué ver que en vivir.
¿No te pasa igual?
No te digo que te conviertas en atleta.
Ni que tires la tele por la ventana.
Solo que salgas.
>Toma el aire.
>Camina.
>Suda (poquito).
>Que vuelvas a ti.
Y si lo haces sin vello, sin dolor y sin drama, mejor.
El enganche mental, versión 2.0
Nos cuesta empezar.
Todo.
>La serie, la dieta, el cambio.
>Porque tenemos un enganche mental con la comodidad.
Con lo conocido.
Pero si algo me ha enseñado esta depiladora láser (sí, de verdad), es que la solución más fácil no siempre es la peor.
A veces, es la que necesitas para empezar.
Aunque sea solo por estética.
Empieza solo por una pierna.
Solo para poder decirle al espejo: “Hoy no me parezco a Der Spiegel, gracias.”
Entonces, ¿qué te impide salir?
No esperes la serie perfecta.
Ni el lunes ideal.
Ni la motivación galáctica.
Ponte crema solar.
Ríete de ti misma.
Usa esa depiladora que no parece sacada del infierno.
Y sal a caminar.
Aunque sea solo para volver con historias que contar.
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