Philip, obsesionado con su reloj suizo, termina escondiéndolo en una caja fuerte camuflada… disfrazada de spray antimosquitos. Y no, no es broma. Sigue leyendo.
La absurda historia de una caja fuerte secreta
Todo comenzó con una corbata manchada de ketchup.
Mira, no te voy a mentir: el día que Philip Chanches se dio cuenta de que su vida se había ido al carajo… fue el mismo día que perdió la tapa del yogur en la oficina.
Y el reloj.
Y la dignidad.
Pero vamos por partes.
Philip era gerente. Multinacional. Oficina con cafetera italiana, aire acondicionado inteligente (más que él) y calendario de frases motivacionales tipo:
«Hazlo por ti. O por tu jefe. O por el bono.»
Pero algo falló.
Algo… empezó a desaparecer.
La conspiración del clip y la paranoia ejecutiva
Primero fue el boli Montblanc.
Luego, su calculadora solar vintage (nadie la usaba, pero ¡era suya!).
Y un día…
Su Audemars Piguet.
—“¿Dónde lo dejé?” —preguntó mientras el sudor le bajaba por la raya del pantalón planchado con láser.
Nadie lo había visto.
Nadie decía nada.
Nadie respiraba.
Solo Marta, la de contabilidad, que dijo:
“¿Y si lo perdiste en el baño? Yo una vez me dejé las llaves del coche en el cubículo 3. Las encontré en el dispensador de papel.”
Desde ese día, Philip desconfió hasta de su sombra.
Literalmente. Se instaló luces LED para vigilarla.
TE PUEDE INTERESAR
Los 40 atrapatodo y el síndrome del jefe vigilado
Se autoconvenció:
“Me están robando. Aquí hay una banda. Una mafia. Una organización secreta dentro de la oficina: los 40 atrapatodo.”
—“Quieren mis cosas. Quieren MI TIEMPO. Quieren MI AUDERMARS, MALDITA SEA.”
Y mientras gritaba eso solo en la sala de reuniones vacía, alguien desde fuera pidió silencio. Era Recursos Humanos.
El día que escondió todo (hasta los clips)
Entonces, empezó el plan.
La estrategia.
La contraofensiva silenciosa.
Compró una caja fuerte camuflada.
Parecía un bote de laca.
O un desodorante.
O un spray para cucarachas… depende del ángulo y la luz del fluorescente.
Ahí metió su reloj.
Y los documentos importantes.
Y una chocolatina por si las moscas.
Desde entonces, cuando alguien entraba en su despacho y veía el “spray”, nadie sospechaba.
Menos Marta.
Marta olfateó algo raro (literal, tenía forma de insecticida).
Pero no dijo nada.
Solo guiñó el ojo.
Tal vez ella también tuviera una caja.
O un lanzallamas. Quién sabe.
¿Y si tú también necesitas esconder algo?
No te estoy diciendo que compres una caja fuerte camuflada.
Tampoco que empieces a sospechar de tu compañero de escritorio que siempre te pide grapas.
Pero… ¿y si?
¿Qué harías si tu gato desarrolla pulgares y empieza a abrir cajones?
¿Y si un familiar demasiado curioso encuentra tu colección de gifs en pendrives con etiquetas falsas de “Contabilidad 2004”?
¿Qué harías si tu Audemars Piguet terminara en manos de alguien con gustos musicales cuestionables?
Piénsalo.
Piénsalo bien.
TE PUEDE INTERESAR
En resumen: pensamientos diarios con un toque de gracia
La paranoia ejecutiva puede llevarte a lugares oscuros.
O muy bien protegidos.
Como una caja fuerte camuflada.
Y tú no necesitas ser gerente para tener secretos.
Solo necesitas saber dónde ponerlos.
¿Y tú, ya camuflaste tus secretos?
Si tú también sientes que alguien podría estar robándote tiempo, ideas o calcetines, quizás es hora de dar el siguiente paso.
Hazlo como Philip.
Pero con menos drama y sin hablar solo en la sala de reuniones.