Lo juro, no quería… pero hice la foto

Engancha tu curiosidad… Porque esta historia tiene más giros que una pelea de suegras en Nochebuena.

Un relato cotidiano cargado de humor, donde una simple foto inesperada lleva a una reflexión hilarante sobre la vida, la psicología de la persuasión… y cómo un limpiafondos automático puede salvarte de algo peor que la vergüenza: limpiar tú mismo.

Perdóname, fue más fuerte que yo

La historia empieza en la piscina… como toda buena tragedia moderna. Te juro que no soy de esos. De verdad. No soy de los que sacan el móvil por todo, ni de los que graban a la señora del mercado porque ha dicho “aguacate” en plural. Pero lo que vi ese día… ¡ay madre! Eso era de Pulitzer.

Estaba en la piscina comunitaria, esa jungla donde se mezclan niños chillando, señores con camisetas mojadas hasta el ombligo y el eterno misterio del “¿quién se ha meado aquí?”. Yo había bajado sólo a refrescarme los pies. Nada más.

Entonces, lo vi.

Un señor. De espaldas. En cuclillas.

Con medio cuerpo fuera del agua y el otro medio… intentando no perder la dignidad.

Y justo en ese momento, como si el universo hubiera preparado el momento, él hizo el movimiento definitivo: se tiró de cabeza. Pero lo hizo tan cerca del bordillo que el gorro (rojo pasión, por cierto) se le quedó enganchado en una de las rejas.

Ahí estaba yo. Móvil en mano. Y sin poder evitarlo… clic.

Lo sé. No está bien. Pero la psicología de la persuasión no se estudia sola. Y ese señor, sin saberlo, acababa de convencerme como un influencer borracho: tenía que guardar ese momento.

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El efecto dominó: cuando haces una foto y acaba cambiándote la vida

¿Tú sabes lo que pasa cuando haces algo que no deberías? Que el karma no tarda ni tres minutos en devolvértela. Y así fue. Justo cuando intentaba disimular y meter el móvil de nuevo en la mochila como si nada, ¡zasca!

El agua. Verde.

No un verde esmeralda bonito, no. Verde «caldito de rana con moho». Y claro, todos empezaron a mirarme. Porque claro, yo soy el único que no ha traído hijos y parece saber usar el móvil. Así que sí, fui el primer sospechoso de haber contaminado la piscina.

Y ahí empieza el verdadero conflicto: me nombraron responsable del estado del agua. Y como castigo, tuve que ocuparme de la limpieza.

¿Tú sabes lo que es limpiar una piscina con una red mientras una señora te mira como si hubieras envenenado a su chihuahua? Es humillante. Pero también revelador. Porque fue en ese momento, mientras maldecía al universo y a las algas, cuando conocí al héroe no esperado de esta historia: el limpiafondos automático.

El día que me salvó un robot (y no era Terminator)

Justo cuando creía que nada podía ir peor, apareció Juan, el vecino del 3ºB, con su andar de “sé cosas que tú no”. Se acercó, se inclinó con aire de sabio zen y me soltó:

—¿Y por qué no te pillas un limpiafondos automático, figura?

Y ahí lo entendí todo. Era un mensaje del destino, o del algoritmo de Amazon, no sé. Pero tenía sentido. ¿Por qué seguía yo sacando hojas muertas como un jardinero en paro, pudiendo tener un robot que hiciera eso por mí? Un Rolex de los limpiafondos, elegante, silencioso y con más inteligencia que muchos políticos.

Así que me lancé. Literalmente. Me metí en internet, comparé modelos, leí opiniones, vi vídeos… ¡hasta soñé con cepillos giratorios esa noche! Y, claro, me pillé uno.

Desde entonces, no he vuelto a tener que tocar ni una sola hoja. Ni una. La piscina parece de hotel de lujo. Y, lo más importante, nadie me ha vuelto a mirar raro. Bueno, excepto la señora del chihuahua, pero eso ya es personal.

Perdón por la foto, pero gracias por la piscina

Al final, el señor del gorro se rió. Yo le pasé la foto, le pusimos un filtro sepia y ahora la tiene de perfil en el grupo de vecinos. Cosas de la vida.

Y yo aprendí una gran lección: a veces haces una foto por accidente… y acabas cambiando tu vida por completo. Y tu piscina también.

Si tú también has sentido esa desesperación de mirar el agua y pensar “¿y ahora quién limpia esto?”, créeme: no estás solo. Haz como yo. Cómprate un limpiafondos automático y vuelve a disfrutar del verano como se debe: con una cervecita en la mano y sin una hoja bajo el pie.

¿Te ha pasado algo parecido?

¿Tienes alguna historia loca en la piscina? ¿Eres de los que prefieren hacer fotos o de los que se esconden del drama? ¡Cuéntamelo en los comentarios!

Y si estás tan harto como yo de lidiar con la mugre acuática, aquí tienes el modelo que me salvó la vida (y la dignidad):

(¿eh? Que yo te lo cuento como colega, no como comercial).

¿Listo para el siguiente relato? Porque aquí las historias no se cuentan… ¡se viven!

¡ESTAS A UNA CARCAJADA DE DISTANCIA DE LA SIGUIENTE HISTORIA!

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