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Tres amigos. Una furgoneta. Un mapa (que nadie miraba)
Voy a contarte una historia que puede que te haga reír, o al menos, sentirte identificado. Porque, admitámoslo, todos hemos tenido ese viaje que parecía una gran idea… hasta que empezó.
Y eso fue exactamente lo que pasó con Montoya, Anita y Manuel. Y un destino que, honestamente, todavía no está claro si existía o si nos lo inventamos sobre la marcha.
El plan perfecto… en teoría
Todo comenzó con una idea que sonaba increíble después de unas cuantas cervezas:
«Nos vamos de road trip, sin planes, sin prisas y sin estrés.»
—¡A la aventura! —gritó Montoya, con el entusiasmo de quien nunca ha planificado un viaje en su vida.
Anita, la más sensata, hizo un gesto de duda. Manuel solo asentía, probablemente sin escuchar.
Al día siguiente, ahí estábamos. Cargamos la furgoneta con lo esencial: cervezas, bocadillos, una tienda de campaña que nadie sabía montar y una playlist con más errores que aciertos.
—¿No deberíamos llevar un GPS? —preguntó Anita, con esa mente enganchada a la lógica que la caracterizaba.
—Para qué —dijo Montoya—, si la vida es para perderse.
Spoiler: Nos perdimos en menos de dos horas.
Cuando la «aventura» se convirtió en «¿por qué nos hacemos esto?»
La primera pelea no tardó en llegar.
—¡Manuel, te dije que giraras a la derecha! —gritó Anita.
—Pero Montoya dijo izquierda… —se defendió.
—¡Yo no dije nada!
—¿Entonces a quién escuché?
Silencio incómodo.
Y ahí lo entendimos: ninguno de los tres sabía a dónde íbamos, pero todos queríamos tener razón.
Para hacer el viaje más «interesante», el móvil de Montoya se quedó sin batería, y Manuel había gastado la suya viendo vídeos de gatos en YouTube. Así que nuestra única opción era confiar en un mapa de papel que parecía un manuscrito del siglo XV.
La desaparición de Manuel
Después de discutir sobre direcciones, decidimos parar en un área de descanso.
—Voy al baño —dijo Manuel, dejando la puerta de la furgoneta abierta.
—Vale, pero no tardes.
Veinte minutos después… Manuel no volvía.
—No puede ser… ¿Se habrá ido a explorar? —preguntó Anita.
—¿Tú crees que Manuel explora algo más allá de su nevera? —respondí.
El problema era serio: no había cobertura, la carretera estaba desierta y Manuel no llevaba el móvil.
Montoya y yo nos miramos con preocupación. Anita ya había entrado en modo pánico.
—¡Nos han secuestrado a Manuel!
—A ver… un secuestro de Manuel es más un favor que un crimen… —intenté bromear, pero nadie se rio.
La idea de perder a Manuel en medio de la nada nos puso nerviosos. Porque claro, ¿Cómo se pierde alguien en un área de descanso?
La solución que pudo evitar todo el drama
Después de buscar durante una hora y de asumir que Manuel ya pertenecía al bosque, lo vimos aparecer con cara de culpable y una bolsa de patatas fritas en la mano.
—¿Dónde estabas? —gritó Anita.
—Pues… me fui andando hasta la gasolinera.
—¿Por qué?
—Me apetecían patatas.
Silencio.
Respiramos hondo, tratando de no cometer un homicidio.
—¿Sabes lo que nos habríamos ahorrado? —le dije, todavía con las pulsaciones a mil—. Si hubiéramos tenido un GPS localizador, sabríamos dónde estabas en todo momento.
—Pues sí, pero… —Manuel metió la mano en la bolsa y sacó otra patata— …¿alguien quiere?
La lección (y el consejo que te evitará perder amigos)
Después de aquel día, aprendimos varias cosas:
Montoya nunca más eligió la ruta.
Anita siempre lleva batería extra.
Manuel no puede estar sin comida más de dos horas.
Y yo, personalmente, aprendí que un GPS localizador no es solo para coches o mochilas, también es para personas con tendencia a desaparecer misteriosamente.
Porque, sinceramente, si quieres viajar sin perder amigos, hazte un favor y lleva uno.
Te evitarás el drama… y la pérdida innecesaria de paciencia.
¿Has vivido algo parecido? Cuéntamelo en los comentarios.