El monologuista del tren y el pollo al punto

Subí al tren esperando otra jornada aburrida, pero apareció él: el monologuista sin escenario. Lo que pasó después incluye risas, reflexiones, carne al punto y algo de la Paris Fashion Week. Sí, lo leíste bien.

Historias surrealistas en el tren

El monologuista del tren y el pollo al punto. ¿Qué harías si un día el tren de cercanías se convierte en un teatro improvisado?

No es una pregunta retórica, ni un ensayo sobre relatos oscuros o misteriosos. Es lo que me pasa cada mañana a las 7:38. Y no, no es una hora elegida al azar. Es la hora exacta en la que sube él. No tiene nombre —o al menos no uno conocido—, pero lo hemos bautizado como «El monologuista del vagón 2».

Señoras y señores, esto no es un simulacro. Esto es contenido adictivo en directo, gratuito, sin anuncios (aún) y con una banda sonora compuesta por el pitido de las puertas automáticas y los bostezos de los pasajeros zombis.

Café, sueño y sorpresas

Yo iba en mi mundo, con el café derramado en la camiseta (marca de la casa), revisando si había metido los pantalones del pijama otra vez por dentro de los vaqueros. Ya sabes, lunes.

Y de repente, ¡zas! Una voz potente, afilada como cuchillo de chef japonés:
—¿Sabéis por qué los humanos no podemos ser felices antes de las 9 de la mañana? Porque el café aún no ha hecho efecto, y el jefe sí.

Levanté la mirada y allí estaba. Ni joven ni viejo, ni guapo ni feo. Vestido como si se hubiera escapado de la Paris Fashion Week, pero pasado por el Primark de Plaza Elíptica. Tenía esa aura de vendedor de enciclopedias vintage mezclado con sabio callejero.

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Risas, verdades y pollos

En cuestión de cinco minutos tenía al vagón atrapado. Risas contenidas, sonrisas cómplices. Incluso el revisor, que normalmente tiene la expresividad de un ficus, soltó un bufido que yo interpreté como «eso ha estado bien».

Y cuando pensabas que nada podía sorprenderte más, suelta:
—Y hablando de dramas, ¿habéis intentado asar un pollo al punto sin acabar haciendo un ritual satánico con el horno?

¡Boom! Me miró directamente. No sé cómo lo supo, pero el domingo anterior casi incendio mi cocina intentando hacer pollo asado con «instinto». Resultado: por fuera parecía salido de la lava del Vesubio, y por dentro… Frozen 4.

Ahí es cuando soltó:
—Yo me compré uno de esos termómetros inalámbricos para carne, y oye, ahora mis cenas parecen hechas por el mismísimo Gordon Ramsay pero sin los gritos.

Fue como si me leyera la mente. ¡Un oráculo con chaqueta de pana!

Reflexiones de vida en un tren de Renfe

Lo gracioso es que entre chascarrillos, soltaba perlas filosóficas que te hacían pensar.
—»La vida es como ese vagón: te subes con prisas, sin saber con quién te vas a encontrar, y si parpadeas, te pasas tu parada».

Y claro, yo, que me creo escritor de relatos oscuros o misteriosos (spoiler: no lo soy), empecé a apuntar frases como si estuviera en una charla TED de madrugada con resaca emocional.

Lo mejor: no pedía nada. No pasaba la gorra, no vendía cursos de «cómo ser gracioso en 10 días». Solo hablaba. Y eso, amigos, en estos tiempos de influencers gritones, es como encontrar Wi-Fi gratis en el campo: milagroso.

Un tren, un cambio, y una carne jugosa

Desde aquel día, madrugar ya no me da tanta pereza. Me he vuelto fan. De hecho, cuando no aparece, el vagón entero entra en una especie de crisis existencial compartida. Un «¿y ahora qué hacemos con nuestras vidas?» colectivo.

Y sí, me compré el termómetro ese para carne. Lo encontré en Amazon, inalámbrico, con alarma y todo el rollo. Por cierto, si alguna vez te has sentido como yo, luchando con pollos medio vivos en el horno, aquí te dejo el enlace. Sin compromiso. Solo si quieres asar con dignidad, claro.

¿Qué podemos aprender de esto?

• Que los trenes pueden esconder más talento que algunos festivales de comedia.
• Que la risa es contagiosa (y no necesita mascarilla).
• Que el termómetro inalámbrico para carne puede salvar tu reputación culinaria.
• Y que cualquier día aburrido puede convertirse en una historia inolvidable… si te subes al vagón correcto.

 

¿Te ha pasado algo parecido en un tren, autobús o ascensor? ¡Cuéntamelo en los comentarios!

Y si te ha sacado una sonrisa esta historia, compártela con ese amigo que cocina el pollo como si fuera piedra pómez. ¡Nos vemos en el próximo vagón!