Si sigues esperando el momento perfecto, me parece bien… yo me vuelvo dentro.
Una historia divertida sobre cómo esperar el momento perfecto nos convierte en filósofos de sofá. Reflexión con carcajadas, ironía y un final inesperado que incluye a un perro y su trono peludo.
El momento perfecto no existe
Todo empezó con una croqueta congelada. No sé tú, pero yo soy de esas personas que necesitan el momento adecuado para todo. Desde cambiar de trabajo hasta meter la pizza en el horno. El caso es que el otro día estaba en casa, filosofando con alegría (o sea, comiéndome una bolsa de gusanitos mientras pensaba en la inmortalidad del cangrejo), cuando de repente… ¡zas! Me acordé de una croqueta congelada que llevaba meses esperando su oportunidad en el fondo del congelador.
Y me dije: «Ahora sí. Este es EL momento».
¡No lo era!. Resultó que el horno no funcionaba, la croqueta acabó más fría que la relación entre mi vecino y su suegra, y yo terminé comiéndome un plátano. Madurísimo. Como mis decisiones.
La mente absorbida y los momentos que no llegan
¿Nunca te pasa que te lías a pensar, te absorbe la mente, y acabas en bucle tipo «mañana empiezo», «el lunes sin falta», «después del café», «cuando Mercurio deje de estar retrógrado»?
Pues eso. Fascinación cognitiva lo llaman algunos. Yo lo llamo: «la excusa elegante para no hacer ni el huevo».
Lo peor es que entre tanto posponer, uno se convierte en filósofo de salón. Y no de esos guais, tipo Aristóteles con túnica y barba. No. Más bien rollo «yo opino que la vida va demasiado deprisa» mientras estás con el culo pegado al sofá desde hace tres horas viendo vídeos de agapornis que tocan el piano.
TE PUEDE INTERESAR
Chanel, la perra con más visión que yo
Aquí entra Chanel. No la marca, no. Mi perra. Se llama así porque, aunque es callejera, tiene clase. Más que yo, de hecho. Chanel no espera el momento perfecto. Chanel actúa. Chanel ve un cojín mullido y se lanza. Chanel ve un sofá libre y conquista. Chanel tiene más determinación que yo enfrentándome al botón de «aceptar cookies».
Y yo mientras, esperando “sentirme preparado”. ¡JA!.
Así que un día, viendo cómo Chanel tomaba el control del salón y yo seguía aplazando decisiones importantes como cambiar de vida o al menos las sábanas… me dije: «O espabilas, o te adopta tu propia perra».
El arte de pensar con humor (y hacer algo)
No te voy a engañar: empecé por lo más sencillo. Me compré una silla ergonómica para Chanel. Sí, una silla para perros. Porque, ya que ella era la única con iniciativa en casa, por lo menos que estuviera cómoda liderando el cotarro.
Y, curiosamente, esa tontería me cambió el chip.
Porque vi a Chanel disfrutar su nuevo trono peludo con esa cara de satisfacción que sólo tiene quien NO espera el momento ideal, sino que lo crea. Y pensé: «¿Y si dejo de planear tanto y empiezo a hacer más? Aunque sea mal, pero hacerlo».
¿Y sabes qué? Funcionó. Me lancé. Empecé este blog, dije que sí a un proyecto loco y, lo más importante… me comí la croqueta. Fría, pero victoriosa.
¿Y tú? ¿Qué estás esperando?
A ver, que no te estoy diciendo que te tires en paracaídas mañana. Pero igual ese plan que llevas un año posponiendo no necesita tanta épica. Igual necesitas menos motivación y más impulso. Menos PowerPoint y más acción.
Y si necesitas una señal… ¡ES ESTA! Sí, la estás leyendo con tus propios ojos procrastinadores.
Y si, como Chanel, quieres empezar por algo pequeño pero decisivo, aquí va una sugerencia sin presión:
Créeme, sentar el trasero cómodamente es el primer paso hacia la conquista del universo (o al menos del salón).
Conclusión (o moraleja de sofá)
Así que ya sabes. Si sigues esperando el momento perfecto, me parece bien, yo me vuelvo dentro… con mi perra, mi sofá nuevo y una croqueta calentita esta vez.
Porque vivir es eso: decidir sin garantías. Hacer sin permiso. Y sí, filosofar con alegría… pero sin quedarse congelado como la croqueta del principio.
¡A UNA CARCAJADA DE DISTANCIA DE LA SIGUIENTE HISTORIA!