Cuando la garganta pica y el agua se esconde

Un relato tragicómico sobre cómo una picazón de garganta sin agua cerca puede convertirse en una odisea existencial, con toques de hipnosis cognitiva, momentos de risa descontrolada y un inesperado héroe con vibraciones: un cepillo eléctrico.

El día que me picó la garganta

Cuando la vida te rasca por dentro y te ignora por fuera. Todo empezó como empiezan los días que acaban mal: con optimismo. Salí de casa sintiéndome como un anuncio de agua mineral, uno de esos en los que la gente corre por la playa en cámara lenta sin motivo alguno. Pero claro, mi destino es un constante «casi lo logro», así que no podía durar mucho.

Y ahí, en medio de la calle, rodeado de humanidad y sin botella en mano, me picó la garganta. Pero no una picazón cualquiera, no. Era de esas que se instalan como cuñado en Navidad: sin invitación y con ganas de protagonismo.

Intenté hacerme el fuerte. Carraspeé con disimulo. Tosí en silencio. Incluso tragué saliva como quien se come la dignidad en una cena familiar. Pero nada. El demonio de la garganta seguía ahí, rascando como gato en celo encerrado en un cajón.

El agua, ese líquido legendario que desaparece cuando más lo necesitas

Busqué en mi mochila como quien rebusca en el pasado buscando respuestas. Nada. Ni una triste gota. Pregunté a un par de transeúntes con cara de desesperación pero, claro, en esta sociedad uno puede pedir fuego, pero pedir agua… eso ya es de necesitados.

Y claro, lo típico: el kiosco cerrado, la fuente sin presión y la única botella visible estaba en manos de un niño que me miraba con la arrogancia de quien sabe que su poder está en su cantimplora de dinosaurios.

Por un momento pensé que me estaba volviendo loco. ¿Y si todo esto era parte de una hipnosis cognitiva orquestada por el universo para reírse de mí? Porque todo me sale mal, señoras y señores. Y cuando digo todo, me refiero hasta a los selfies: salgo movido incluso en los de otros.

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Y fue en ese punto, en mitad del drama seco, cuando cometí el error: respirar fuerte por la boca para intentar aliviar. Craso error. Lo que hice fue invitar al picor a una rave en mi garganta. Tosí como si llevara 30 años fumando puros en el bingo de mi tía.

La gente me miraba como si estuviera a punto de transformarme en murciélago. Y yo, incapaz de hablar, de pedir ayuda, de moverme sin escupir alma por la boca. Un desastre.

Pero justo cuando creí que iba a morir con dignidad… apareció mi salvación. No, no fue el agua. Fue mi cepillo de dientes eléctrico.

Sí, sé que suena raro. Pero escúchame. Estaba en casa (sí, sobreviví), y mientras me miraba en el espejo, derrotado y con cara de gárgola deshidratada, mi mirada se cruzó con ese brillante, elegante y ligeramente narcisista artefacto. Uno de esos que vibra como si supiera más que tú y que parece más caro de lo que puedes permitirte (pero eh, Cartier no ha sacado uno, que yo sepa).

La epifanía en el lavabo

En un acto de pura desesperación y con mi cerebro haciendo clics aleatorios, lo encendí. El zumbido suave, ese tembleque constante… me hizo reír. Y al reír, como por arte de magia, la garganta se relajó.

Ahí estaba yo, riéndome como un idiota frente al espejo, con el cepillo eléctrico en la mano, vibrando a ritmo de «me estoy volviendo loco, pero al menos tengo dientes limpios».

Lecciones que nadie pidió, pero aquí van

  • Nunca subestimes una garganta traicionera.
  • Lleva agua siempre, aunque solo salgas a tirar la basura.
  • Los cepillos eléctricos no curan, pero distraen. Y eso, amigos míos, ya es bastante.
  • Reír cura más que el paracetamol.

Y si me preguntas, sí, recomiendo ese cepillo. Porque, además de dejarte los dientes como para un anuncio de pasta dental, puede salvarte de morir en plena calle por una picazón traicionera. Y si no lo hace, al menos te hace reír.

¿Te pica la garganta o te pica la curiosidad?

No te digo que lo compres. Te digo que lo pruebes. Que vibres. Que sientas ese bzzzzz que dice “todo está mal, pero al menos tienes buen aliento”.
Así que si alguna vez te sientes como yo, que siempre me pasa lo malo, dale una oportunidad a algo tan sencillo como un cepillo que se cree DJ.

¿Has vivido una tragedia absurda que terminó en comedia involuntaria? Cuéntamela en los comentarios. Y si estás por ahí sin agua, haz como yo: dale una oportunidad a la vibración. No lo digo yo, lo dice mi garganta.

 


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