Una historia cómica sobre el misterio universal de las llamadas inoportunas mientras estás en el baño. Un relato hilarante con el que te sentirás identificado, lleno de humor, ironía y una estantería muy natural que se cuela en la historia.
Llamadas inoportunas en el baño
¿Soy yo o hay un algoritmo secreto que activa el timbre del móvil en cuanto me siento en la taza? Porque, a ver, he pasado toda la mañana sin que nadie me llame. Nadie. Ni mi madre, ni mi jefe, ni el del seguro que siempre quiere venderme algo que no entiendo. Pero basta que cierre la puerta del baño, baje los pantalones y haga ese ruidito inconfundible de “¡me voy a relajar!”, para que empiece el festival de llamadas.
Lo peor del día empieza en el mejor momento
Estoy convencido de que el universo se ríe de mí. No es casualidad. Es una conspiración cósmica. Porque no se trata solo de que suene el teléfono. No. Se trata de quién llama. Esa persona que lleva semanas ignorando mis mensajes y de repente decide que justo ahora es el momento perfecto para ponerse intensa.
—“Hola, ¿tienes un minuto para hablar?”
Y tú ahí, con el pantalón en los tobillos, la tapa del váter a medio apoyar y el rollo de papel mirándote como diciendo: “No es mi guerra, colega”.
Y claro, uno piensa: ¿Cuelgo? ¿Contesto? ¿Finjo interferencias desde el váter? Porque lo último que quieres es que se escuche un “plop” de fondo mientras hablas de lo que pasó en la reunión de ayer.
Charlas absurdas de la vida real
Confieso que una vez, por no levantar sospechas, fingí que estaba cocinando mientras hablaba desde el baño.
—“Sí, sí… estoy haciendo lentejas.”
Mentí. Pero por dignidad humana. Porque, ¿cómo le dices a tu suegra que estás en plena batalla contra el picante de anoche? No se puede.
Ah, y no hablemos de los sonidos del WhatsApp. Eso es una ruleta rusa auditiva. Tienes que mantener el móvil a cierta distancia porque, si se activa el micro sin querer… puede acabar en TikTok viral con el título: “Sonidos intestinales en alta fidelidad”.
Y ahí, amigos míos, es cuando me di cuenta de algo tremendo: parezco el protagonista de una comedia absurda. ¡Mi vida es una sitcom! Sin risas enlatadas, pero con eco en el baño.
El clímax de la desesperación
Un día, mientras lidiaba con este drama recurrente, me vi en una situación aún más grotesca. Recibo una videollamada de mi jefe. Videollamada. Desde el váter.
¿Qué hice? Me levanté como alma que lleva el diablo, me subí los pantalones a medias, salí corriendo del baño y fingí un “fallo técnico de cámara”. Pero claro, en el fondo del encuadre… se veía el papel higiénico colgando del bolsillo trasero. Bravo. Parezco el protagonista de una comedia, pero de las malas.
Mi pareja me miraba desde la puerta con esa mezcla de pena y desprecio que solo alguien que te ha visto fallar puede tener.
—“¿Por qué no cuelgas y ya?”
—“Porque es el jefe. Y porque soy un ser humano educado y con úlceras por estrés.”
No aprendí nada
Al final, he aprendido a aceptar mi destino. A vivir en alerta permanente. Ahora, cada vez que entro al baño, dejo el móvil fuera. O lo meto en modo avión. O lo entierro bajo el lavabo. Según el nivel de paranoia.
Pero también he aprendido a transformar ese caos en algo útil. Porque, amigos, hay momentos de lucidez que solo se alcanzan en ese trono de porcelana. Y fue ahí, precisamente ahí, donde me di cuenta de que el baño necesitaba una estantería decente. Algo con alma. Con estilo. Con personalidad.
Una estantería que no te juzga
Así fue como encontré la estantería de ramas de árbol. No me preguntéis cómo llegué ahí, pero ocurrió. Fue como una revelación entre cisternas. Natural, rústica, bonita y, lo más importante… estable. Porque si una estantería no aguanta cinco rollos de papel y una vela aromática, no merece vivir en mi baño.
Desde que la puse, todo ha cambiado. Ya no me importa si suena el móvil. Porque ahora tengo dónde apoyar el teléfono, el incienso, el ambientador, el libro de autoayuda y hasta la dignidad.
Y si me llaman, simplemente contesto con orgullo, mientras la cámara enfoca mi fondo perfecto de ramas y paz. Al mal tiempo buena cara, ¿no?
¿También te llaman siempre cuando estás en el baño? Pues ya que no podemos controlar las llamadas, al menos controla el escenario. Haz que tu baño tenga más estilo que tu salón.
Y conviértete, como yo, en el protagonista de tu propia comedia… decorada con buen gusto.
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