La lección de un niño sobre soledad y libertad

 

Un niño que jugaba solo en la plaza me enseñó la diferencia entre soledad y libertad

Reflexión sobre la diferencia entre soledad y libertad inspirada en la historia de un niño que jugaba solo en la plaza y enseñó una valiosa lección de vida.

El niño que redefinió la soledad

Era un jueves cualquiera, de esos en los que el café sabe a rutina y el tráfico a resignación. Necesitaba aire, así que decidí hacer algo que no hacía desde hacía años, sentarme en una plaza sin prisa, sin objetivo, solo por estar.

El parque tenía lo de siempre, bancos gastados, palomas desafiantes y adultos fingiendo que sus teléfonos eran más interesantes que el mundo. Pero en medio de todo eso, había algo que desentonaba. O mejor dicho, alguien.

Un niño.

Jugaba solo, sin amigos, sin padres a la vista. No parecía triste ni perdido, solo estaba ahí, completamente absorbido en su mundo. Se subía a los juegos, corría, hablaba consigo mismo. Mientras el resto de los niños se agrupaban en pequeños clanes de risas y berrinches, él iba a su propio ritmo.

Algo en su independencia me llamó la atención. Tal vez porque me recordó a mí cuando era niño. O tal vez porque, a diferencia de él, yo ya no sabía estar solo sin sentirme solo.

El extraño arte de estar solo

No lo voy a negar, me dio curiosidad. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Por qué no jugaba con otros niños? ¿Era por elección o por obligación?

La respuesta llegó antes de que pudiera seguir especulando.

—¿Por qué me miras tanto? —dijo el niño de repente, sin mirarme directamente, mientras seguía balanceándose en el columpio.

Lo admito, me sorprendió.

—No te miraba tanto —mentí.

—Sí lo hacías —insistió, dándole un empujón extra al columpio.

Me reí, porque tenía razón.

—Es que me llamó la atención que estés solo.

Él se encogió de hombros.

—¿Y qué hay de malo?

—No sé. ¿No te gustaría jugar con otros chicos?

Esta vez sí me miró. Me miró con esa expresión que solo los niños tienen cuando los adultos preguntamos estupideces.

—A veces si. A veces no.

Y siguió balanceándose, como si hubiera dicho la cosa más obvia del mundo.

Soledad y libertad no son lo mismo

Ahí me di cuenta. Ese niño no estaba solo. Estaba libre.

No jugaba con otros niños no porque no pudiera, sino porque no quería en ese momento. No necesitaba llenar su tiempo con ruido o compañía forzada. No estaba esperando a que alguien lo rescatara de su soledad.

Simplemente estaba.

Yo, en cambio, hacía tiempo que había olvidado cómo hacer eso.

Porque crecer, entre otras cosas, es olvidar cómo estar solo sin sentirse abandonado. Llenamos nuestra vida de notificaciones, de citas innecesarias, de conversaciones de relleno. Nos convencemos de que, si no estamos ocupados, nos falta algo.

Ese niño, sin saberlo, me estaba dando una lección brutal: la soledad es cuando quieres estar con alguien y no puedes. La libertad es cuando puedes estar con alguien, pero eliges no hacerlo.

Y él estaba eligiendo.

El final de la conversación (o el principio de otra cosa)

—¿Y tú? —me preguntó, mirándome otra vez con esos ojos que parecían ver más de lo que deberían.

—¿Yo qué?

—¿También estás solo?

Buena pregunta, pensé.

—Supongo que sí.

—¿Y te gusta?

Respiré hondo.

—A veces sí. A veces no.

El niño sonrió, como si mi respuesta lo hubiera satisfecho. Luego se bajó del columpio y salió corriendo hacia los juegos. En cuestión de segundos, estaba trepando una estructura con otros chicos, riendo, integrándose sin esfuerzo.

Y ahí entendí la última parte de la lección.

No se trataba de elegir entre estar solo o acompañado. Se trataba de saber moverse entre ambas cosas con la misma naturalidad. Como él.

Me quedé un rato más en la plaza, sin mirar el móvil, sin sentir la necesidad de hacer nada. Por primera vez en mucho tiempo, solo existí. Y, contra todo pronóstico, me sentí bien.

Tal vez, después de todo, todavía podía aprender.

Explora esta historia y cambia tu perspectiva sobre la soledad. ¿Realmente estamos solos o simplemente somos libres?


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