La importancia de escuchar

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Una mañana como cualquiera

Había dormido mal. De esas noches en las que das vueltas en la cama, piensas en facturas, en conversaciones que nunca existieron y en lo ridículo que fuiste en una reunión de hace cinco años.

El café no había hecho efecto y el día ya pintaba gris. Literalmente. Nubes, humedad y un pronóstico de «téngase confianza». Caminé hasta la parada del bus, intentando esquivar charcos y el mal humor.

Y allí estaba él. Un señor de unos setenta, con un abrigo que había visto mejores tiempos y una mirada de quien ya lo ha visto todo. Lo noté porque me miró, y eso ya es raro en las paradas de bus.

El arte de la interrupción

—Llueve con ganas, ¿eh?

Genial. Un conversador matutino. Yo solo quería mirar al infinito y cuestionar mis decisiones de vida.

—Ajá.

Esperaba que con esa respuesta quedara claro que no estaba disponible para interacciones humanas. Pero el hombre no captó la indirecta (o la ignoró con maestría).

—Antes, cuando llovía así, mi esposa solía decir que era «lluvia de historias».

Algo en su tono me hizo levantar la vista. No porque me interesara su frase, sino porque no parecía uno de esos que te hablan para luego venderte algo. Tenía esa calma de quien habla por el simple hecho de compartir.

—¿Lluvia de historias? —pregunté, contra mi instinto antisocial.

—Decía que cuando llovía, la gente tenía más ganas de hablar. Como si el agua soltara las palabras.

No supe qué responder, pero algo en su voz me detuvo de sacar el teléfono como excusa para terminar la conversación.

Cuando decides escuchar

Resultó que el hombre se llamaba Ricardo y que tenía ochenta y un años. Me lo dijo como si fuera un detalle sin importancia.

—Mi esposa solía decir que la vida es como un autobús. Suben y bajan personas. Algunas se quedan mucho tiempo, otras solo una parada.

—Interesante filosofía.

—Era más sabia que yo. Por eso siempre escuchaba más de lo que hablaba.

El bus seguía sin aparecer, y sin darme cuenta, ya no me molestaba tanto la espera.

—¿Y ahora? —pregunté.

—¿Qué cosa?

—¿Sigues escuchando?

Me miró con una sonrisa que era mitad tristeza, mitad nostalgia.

—Ahora espero que alguien escuche.

Algo en su respuesta me dejó sin palabras. Me di cuenta de que pasamos la vida queriendo ser escuchados, pero rara vez nos detenemos a escuchar de verdad.

Un final inesperado

El bus llegó y subimos. Me senté junto a Ricardo, algo inusual en mi yo habitual que buscaba siempre un asiento solitario.

Seguimos hablando. De su esposa, de cómo antes la gente conversaba más, de cómo el mundo se ha vuelto ruidoso pero menos comunicativo.

Cuando anunciaron su parada, se levantó con la lentitud de los años bien vividos.

—Gracias por escuchar —dijo antes de bajar.

El bus arrancó y me dejó con una reflexión que no pedí, pero que necesitaba: a veces, la mejor conversación de tu vida puede venir de un desconocido. Solo tienes que estar dispuesto a escuchar.

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