Filosofía de Cafetería. Conversaciones Absurdas. Conversaciones filosóficas entre amigos.
El dilema de cada mañana (y la cafetera que salvó la mañana). Filosofía de Cafetería.
Ana María, José Francisco y Albert trabajaban en la misma oficina. Se soportaban, incluso había días en los que podría decirse que se caían bien. Pero había algo que los convertía en enemigos irreconciliables: la última galleta del comedor.
Cada mañana, la historia se repetía. Alguien llegaba primero, la veía, la deseaba. Pero dudaba. ¡No podía ser el villano que se la llevaba sin más! Así que, en un acto de falsa generosidad, dejaba la bandeja con la esperanza de que nadie más la notara. Pero siempre, siempre, alguien más la notaba.
La galleta era un recurso limitado. Un botín de guerra. Y aquel día, la batalla sería legendaria.
Filosofía de Cafetería: tres rivales, una sola galleta
Albert llegó primero. La vio, tentadora, perfecta en su soledad. Extendía la mano cuando Ana María entró al comedor.
—¡Eh, eh, eh! ¿Tú crees que no la he visto?
Albert retiró la mano con la rapidez de quien toca una olla hirviendo. Intentó disimular.
—No sé de qué hablas.
Ana María entrecerró los ojos, sospechando. Justo en ese momento entró José Francisco, con su porte de diplomático frustrado.
—Vaya, vaya. Otra mañana, otro dilema filosófico. ¿Quién merece la última galleta?
Tres miradas se cruzaron sobre la mesa. Tres voluntades en pugna.
Estrategias y traiciones
José Francisco, como siempre, optó por la negociación.
—Podríamos cortarla en tres, en un gesto de solidaridad y justicia.
Albert bufó.
—Por favor, ¿has visto cómo parte el pan la gente? El primero se lleva el trozo más grande, el último la migaja.
Ana María tenía otra estrategia.
—Podríamos dejarlo en manos del destino. Papel, piedra o tijera.
José Francisco asintió. Albert aceptó, porque sabía que su suerte era legendaria.
Uno, dos, tres.
Papel, piedra, piedra.
Ana María había ganado. Se relamió, pero en el instante en que tomaba la galleta, se detuvo. Algo no encajaba. La miró. La olió.
—¡Esto es avena con pasas!
El horror. La desilusión. ¿Cómo era posible que una galleta tan codiciada resultara ser un fraude azucarado?
Los tres se miraron, decepcionados.
El verdadero elixir de la mañana
El silencio se prolongó hasta que Albert resopló y sacó de su mochila un as bajo la manga.
—Vale, ya basta de tonterías. Lo que de verdad necesitamos es esto.
Y colocó sobre la mesa su cafetera portátil de cápsulas.
Ana María y José Francisco observaron aquel aparato con el respeto que merece un descubrimiento científico. Con solo presionar un botón, en segundos el comedor se llenó del aroma irresistible de un buen café. Caliente, intenso, delicioso.
—Prefiero esto antes que cualquier galleta —confesó José Francisco, inhalando el perfume del café recién hecho.
Ana María ya daba el primer sorbo, con una sonrisa de satisfacción.
—Lo admito. Hemos estado luchando por lo equivocado.
Albert levantó su taza con aire de sabio.
—Y así, amigos míos, aprendimos una valiosa lección: el verdadero oro de la mañana no es una galleta. Es un buen café.
Desde aquel día, la guerra de la última galleta fue historia. Pero la cafetera portátil se convirtió en el artefacto más valioso de la oficina. Porque algunas batallas no se ganan con estrategias, sino con un buen espresso.
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