¿Sabes lo irónico? Sabemos de física cuántica, pero no cómo sentarnos bien. Una historia absurda (y real) que empieza con dolor de espalda y termina en el green.
La paradoja moderna: espalda rota y WiFi a tope
Entre Google, dolores y absurdos… ¿Sabes cuántas veces busqué en Google si me estaba muriendo por un dolor de espalda?
Spoiler: muchas.
Más spoiler: sigo vivo.
Último spoiler: lo que tenía no era cáncer. Era… una mala silla.
Sí. Con acceso a toda la información del universo en el bolsillo, no supe distinguir entre un pinzamiento y una contractura.
¿Y sabes por qué?
Porque el algoritmo te lleva directo al drama. A la catástrofe. A la cirugía en 3, 2, 1…
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La sabiduría moderna: tutoriales y tragedias
Me vi cinco vídeos de fisioterapeutas. Tres de quiroprácticos. Uno de un chamán tailandés.
Terminé haciendo estiramientos con una cuerda para tender ropa y la espalda aún peor.
Y mientras, mi gato, experto en ergonomía sin saberlo, dormía en posturas que a mí me dejarían paralizado.
¿Dónde está la justicia, eh?
La silla, el enemigo número uno (y tú también)
La mía era de esas “ergonómicas” que compré en oferta por Amazon. Traducción: te rompe la columna, pero con estilo.
Y claro, entre teletrabajo, series, scroll infinito, postureo con postura de gárgola… ¡Boom! Espalda hecha papilla.
Mientras tanto, yo con la autoestima de un guionista rechazado por Netflix y la espalda de un albañil jubilado.
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Pero… ¿sentarnos bien? ¿Estirar cinco minutos? ¿Cuidarnos?
¡Ni idea!
La historia de mi lumbalgia y otros desastres
Una vez, por pasar 8 horas sin moverme, tuve que salir de casa caminando como si escondiera algo entre los glúteos.
Me dolía TODO. Menos el orgullo. Ese ya estaba roto desde antes.
Y mientras me aplicaba una bolsa de arroz congelado en la espalda (sin calentar, claro), me prometí: esto no me vuelve a pasar.
Pero sí volvió.
Claro que sí.
Hasta que encontré el verde… y no era césped
Un día, mientras buscaba videos de “cómo evitar caminar como abuela con artrosis”, me salió un anuncio.
Una alfombra de putting golf.
Rarísimo.
Inesperado.
Cero relacionado con mis búsquedas, o eso creí.
Pero… tenía buena pinta. Y como buen ser humano débil y crédulo, hice clic.
Y aquí viene la sorpresa.
Jugar al golf me salvó la espalda (sin ser rico)
Sí, lo leíste bien.
Resulta que la alfombra me obligaba a levantarme.
A caminar.
A estirarme.
A reírme de mis propios tiros fallidos mientras le contaba a mi gato mis estadísticas de jugador amateur fracasado.
Y poco a poco… menos dolor, más movimiento, más foco.
Y además, sin necesidad de saber cuántos músculos tiene el glúteo medio.
El ciclo: dolor, búsqueda, click, golf, alivio
Y ahora, cada vez que me empiezo a sentir como momia egipcia, lanzo una bola en la alfombra.
No por deporte.
Por necesidad.
Por salud.
Y un poquito también para distraerme del desastre del mundo.
¿Y la psicología de la persuasión?
Te la acabas de tragar enterita.
Porque todo este relato absurdo, cotidiano, honesto y con tintes de “te juro que me pasó”… está diseñado para que llegues hasta aquí.
Y lo lograste.
Bravo, lector. Bravo.
Entonces… ¿me estás vendiendo una alfombra?
No, amigo/a. Te estoy contando mi historia.
Pero si tú también tienes una espalda rebelde, un culo inquieto y un nivel de atención tan disperso como el mío…
Quizá esta alfombra de putting golf te haga el día más llevadero.
Yo ya no la cambio por nada.
Ni por el tutorial número 49 de “cómo estirar sin parecer un cactus muerto”.
¿Qué aprendimos hoy?
- Que el acceso a la información no significa sabiduría.
- Que la ironía de la vida es que nos duele la espalda por leer sobre cómo cuidarnos la espalda.
- Que una alfombra de golf puede ser más útil que una clase de yoga online con fondo de playa falsa.
¿Y tú? ¿Vas a seguir buscándolo todo en Google mientras te quejas del lumbago… o vas a probar algo diferente?
Haz clic aquí y tírate un putt. Tu espalda lo agradecerá (y tu humor también).