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Daniel y la mochila sin dueño

El tren había partido hacía tres estaciones. Ella no estaba.

Tenía el pelo rojo, botas azules, pantalón de pana y camisa blanca. Ojos oscuros. No sé dónde pudo llegar.

Daniel miró por la ventana, el paisaje avanzaba sin ella. La última vez que la vio fue en la cafetería del andén. Su mochila descansaba en la mesa junto a un café a medio terminar. Una mochila pequeña, perfecta para llevar lo esencial sin estorbar.

El tren se sacudió levemente. La sensación de vacío en su estómago no era por el viaje. Era porque ella no estaba allí.

La mujer del andén

Daniel no era un hombre de impulsos. Nunca lo había sido. Pero algo en aquella mujer lo obligó a observarla.

Se sentó a dos mesas de distancia y la vio revisar su teléfono, fruncir el ceño, morderse el labio inferior. Su mochila descansaba a su lado como si fuera una extensión de ella. No muy grande, no muy pequeña, pero compacta y bien diseñada.

El altavoz anunció la salida del tren. Ella se puso en pie de golpe, buscó algo en su bolsillo, dejó una moneda junto a la taza y salió apresurada. Olvidó la mochila.

Daniel no lo pensó dos veces. La tomó y corrió tras ella.

Pero cuando llegó al andén, ella ya no estaba.

Destino desconocido

Daniel subió al tren con la mochila en la mano. La sostuvo un momento, dubitativo.

Era ligera.

Se sentó y la apoyó en sus piernas. No era un ladrón. Solo quería devolvérsela. Pero, ¿cómo?

Sacó su teléfono. No había nombre, ni etiqueta, ni contacto visible.

El tren partió.

Y con él, el misterio.

Lo que había dentro

Después de unos minutos de indecisión, Daniel abrió el compartimento principal.

Dentro, encontró:

• Un cuaderno negro con esquinas gastadas.
• Un pasaporte sin foto.
• Un billete de tren con destino desconocido.

Pero lo que más le intrigó fue una servilleta con un número de teléfono y una frase escrita a mano.

«No me busques… pero si lo haces, llámame antes del amanecer.»

Su pulso se aceleró. ¿Quién era ella? ¿Por qué dejó su mochila?

Y lo más importante…

¿La llamaría?

Una llamada a medianoche

El tren seguía su rumbo. La noche cayó y la indecisión pesaba sobre él.

A las 3:57 a.m., Daniel tomó aire y marcó el número.

—¿Daniel? —respondió una voz femenina.

Se estremeció.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Ella rió suavemente.

—Porque si estás llamando, significa que encontraste mi mochila.

—Sí, pero… ¿por qué la dejaste?

Un silencio. Luego, sus palabras:

—Porque a veces, para encontrar el camino, hay que dejar algo atrás.

Daniel tragó saliva. Ella no parecía asustada, ni preocupada. Era como si todo estuviera planeado.

—Dime dónde estás y te la devolveré.

—No. Quédate con ella. La necesitarás más que yo.

Y la llamada se cortó.

El siguiente paso

Daniel no durmió el resto del viaje.

Cuando el tren llegó a su destino, bajó con la mochila bien sujeta en su espalda. Cómoda, ligera, perfecta para viajar sin preocupaciones.

Dentro, encontró una última pista.

Un boleto de avión. Su nombre estaba impreso en él.

Y en el dorso del pasaporte, una nueva nota:

«Nos vemos en el aire.»

Viajar ligero

Daniel tomó el vuelo. La mochila lo acompañó, como un recordatorio de que la vida es un viaje inesperado.

Nunca volvió a ver a la mujer del andén. Pero en cada aeropuerto, en cada tren, en cada café, miraba a su alrededor, esperando encontrarla.

Y cada vez que preparaba su equipaje, recordaba su consejo:

«Viaja ligero. Lo que realmente importa, siempre va contigo.»

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