Dormir poco NO es un superpoder

¿Dormir 4 horas y triunfar? ¡Ni en sueños! Acompáñame en este relato con mucho humor sobre cómo dormir poco no es una virtud sino una trampa moderna, con enseñanza incluida, risas aseguradas y un descubrimiento inesperado al final.

El mito de dormir poco y triunfar

El club de los zombies productivos (o cómo casi me duermo en una reunión por Zoom).
No sé en qué momento alguien decidió que dormir era de perdedores. Seguro fue el mismo que dijo que comer hidratos por la noche te convertía en un oso panda. Lo cierto es que vivimos en la era del duerme poco, gana más. Y yo, con mi mente curiosa y un ego que se cree más fuerte que la cafeína, decidí probarlo.

¡Salí perdiendo.!

Todo comenzó un lunes. Ese tipo de lunes que huele a viernes lejano y a café recalentado. Leí en una newsletter de esas que prometen que “los ricos se levantan a las 5 am”, y yo, con mi glorioso insomnio crónico, pensé: “Pues si duermo cuatro horas, estaré aún más cerca del éxito. Qué crack soy.”

Y ahí empezó mi descenso hacia el caos.

Primeros síntomas: la ilusión del superhumano

La primera noche dormí 4 horas. Me levanté con el pecho inflado, como si fuera Jaeger-LeCoultre y pudiera medir mi productividad al milisegundo. “Esto es eficiencia”, pensé mientras me preparaba un café triple con extra de motivación líquida.

Ese día respondí correos antes de que el remitente los enviara, trabajé con tanta intensidad que el teclado empezó a echar humo… o eso creí yo. En realidad, le respondí a mi jefe con un sticker de un gato bailando. Aún me lo recuerda en las reuniones.

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La caída del imperio neuronal

Al tercer día, mi cuerpo empezó a mandar señales. Olvidé las llaves. ¡Tres veces!. Salí a la calle en zapatillas de casa (una azul y una verde, por cierto). Y durante una videollamada con un cliente importante, asentí tanto que terminé con tortícolis. No recuerdo de qué hablamos, pero al parecer vendí un servicio que no ofrecemos. Genial.

La guinda fue intentar escribir uno de mis relatos que dejan una enseñanza. Lo que salió fue una mezcla entre haiku japonés y carta de renuncia. Lo peor: ¡lo publiqué!

Y aquí me tenéis: escribiendo este post como terapia, con el teclado en una mano y un Red Bull en la otra. Pero ojo, que la moraleja está al caer.

El momento de iluminación (y no, no fue la bombilla del baño)

Una noche, mientras intentaba convencer a mi cerebro de que las tres de la mañana era una hora perfectamente razonable para aprender italiano, me rendí. No por sabio, sino porque me quedé dormido sobre mi escritorio. Literalmente. Barbilla clavada en el ratón. Y al despertar… lo vi.

No, no fue una señal divina. Fue mi cuello. Hecho un acordeón.

Entonces lo entendí: esto no es éxito. Esto es auto-sabotaje con apariencia de disciplina. Estamos sacrificando descanso por productividad falsa, como si madrugar y bostezar al mismo tiempo fuese una medalla.

Y ahí, justo ahí, fue cuando lo compré. No el éxito. Una buena mesa para ordenador.

El día que cambié el insomnio por ergonomía

Descubrí que gran parte del problema era que estaba usando una tabla de planchar como escritorio. Literal. No sé si pretendía escribir o alisar camisas. El caso es que invertí en un buen escritorio para ordenador, con espacio, orden y esa sensación de que quizás sí soy un adulto funcional.

Ahora, duermo mis ocho horitas como manda la ley no escrita de los cerebros lúcidos. Me despierto a una hora razonable (que no es de madrugada, gracias), con energía, claridad y sin ganas de morder a nadie. Y desde ahí, las ideas fluyen. Engancha la creatividad, la productividad se vuelve orgánica y hasta los relatos que escribo tienen más sentido que los sueños de un insomne en bucle.

Porque descansar es también un acto revolucionario en estos tiempos de hustle culture. Y tener un buen entorno de trabajo ayuda más que cualquier frase motivacional en una taza.

Dormir no es de débiles, es de listos

Así que ya sabes, amigo lector. Si te han vendido la moto de que dormir poco es triunfar… devuélvela. Viene sin ruedas.

No te conviertas en zombie con agenda. Duerme. Reflexiona. Ríe. Escribe tus propias historias de reflexión y aprendizaje. Y si puedes, hazlo en un espacio cómodo, con un escritorio que no suene al mínimo movimiento como si alguien estuviera lijando un barco.

Porque el éxito no está en madrugar como búho ciego, sino en tener cabeza, energía y un lugar donde tus ideas puedan vivir sin lumbalgia.

¿Te ha pasado algo parecido? Cuéntamelo en los comentarios, que yo no juzgo, solo me río contigo.

Y si sientes que tu escritorio parece una escena del crimen, échale un ojo a este escritorio para ordenador que me salvó el cuello… y la dignidad.

 


¡A UNA CARCAJADA DE DISTANCIA DE LA SIGUIENTE HISTORIA!

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