¿Puede el dinero comprar la felicidad? En esta historia real con humor y reflexión, te cuento cómo un Ferrari, la crisis existencial de los 40 y un cuaderno inteligente cambiaron mi forma de ver la vida (y de escribirla).
¿Verdad que alguna vez lo has pensado? ¿Y si la felicidad lleva Ferrari?
Pues yo no lo pensé, lo viví. Concretamente, un martes. Porque si algo tienen los martes es que son traicioneros. Ni es lunes para quejarte, ni es viernes para celebrarlo. Es el día en el que todo lo que haces parece una mala decisión. Como mi peinado de aquel día. Pero vamos al lío.
Estaba yo, feliz y campante, revisando el banco (ya sabéis, ese pequeño deporte extremo que practicamos los adultos cuando nos aburrimos de tener paz mental), y ahí estaba: el cargo. 12.000 euros. No era una hipoteca, no era una boda… no, era una bicicleta de montaña que “iba a cambiar mi vida”. No la cambió. Me caí en la primera curva, me rompí la dignidad y la bici acabó en Wallapop.
La crisis de los 40 te pilla sin frenos (como la bici)
En serio, llegas a cierta edad y te da por reflexionar. Y de repente te crees filósofo griego con TikTok. Te da por pensar: “¿He vivido como quería o como decía el algoritmo?”
Así que como todo hombre en crisis existencial, tomé la decisión más estúpida y gloriosa de mi vida: me fui a un concesionario Ferrari. Ojo, que fui solo a mirar, eh. Como quien va a Ikea por velas y sale con un sofá. Total, que me senté en uno rojo (el Ferrari, no el sofá), me miré en el espejo retrovisor y pensé: “Esto sí que compra la felicidad.”
Pero no. Porque justo cuando estaba a punto de firmar un préstamo que mis nietos todavía estarían pagando, me sonó el móvil. Era mi madre. Y como buena madre, me dejó claro que no necesitas un Ferrari para ser feliz. “Con que me llames más de una vez al mes, ya me haces la mujer más rica del mundo”, dijo. ZASCA. Más fuerte que el motor V8.
La reflexión me pilló en segunda marcha
Salí del concesionario sin Ferrari, pero con una revelación: estaba buscando la felicidad en el lugar equivocado. Y lo peor, ¡intentaba comprarla!
Desde entonces, empecé a escribir. Pero no cualquier cosa. No “querido diario, hoy casi hipoteco mi alma por un coche rojo”. Empecé a escribir lo que sentía, lo que pensaba, lo que me dolía y me hacía reír. Y para eso encontré el mejor compañero de viaje: un cuaderno inteligente reutilizable. Como yo, pero con más orden.
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¿Por qué un cuaderno? ¿Y encima inteligente?
Porque descubrí que la felicidad no se compra con dinero… pero sí se organiza. Y este cuaderno me ayuda a eso: escribir mis ideas, borrar mis dramas y reutilizar mi cordura. Además, no desperdicio papel (ni paciencia). Es como tener un Ferrari de la papelería, pero sin vender el riñón.
Y no, no te estoy intentando vender nada (bueno, solo un poco). Pero si te pasa como a mí, que un día te despiertas y te preguntas qué haces con tu vida entre recibos, bicicletas caras y sueños de motor, quizá te ayude tener un espacio donde ponerlo todo sin filtro. Y sin arruinarte.
Historias de vida reales que empiezan con una caída en bici
Porque lo que yo viví no es tan raro. Somos muchos los que confundimos el tener con el ser, el precio con el valor, y el coche rojo con la felicidad. Pero al final, la vida es más sencilla. La felicidad no es una meta, es un párrafo. Y se escribe mejor con un buen boli, en un buen cuaderno.
Y sí, sigo soñando con un Ferrari, no te voy a mentir. Pero ahora, antes de comprarlo, me escribo tres páginas preguntándome por qué lo quiero. Y si me sigo convenciendo… al menos sabré que no lo hago por llenar un vacío emocional con caballos italianos.
Lo que he aprendido (y tú también puedes):
1. El dinero no compra la felicidad, pero ayuda a pagar las terapias.
2. La crisis de los 40 viene con tarjeta oro y arrepentimiento platino.
3. Un cuaderno puede ser tu mejor aliado para encontrarte, sin necesidad de GPS ni Ferrari.
4. La vida contada con reflexión se digiere mejor con humor. Y si se puede borrar, mejor.
5. Cuentos que tocan el alma, también pueden escribirse con risa.
Sí, esto también tiene final feliz
No te voy a decir que tires tu dinero en un cuaderno como si fuera el Santo Grial. Pero si te apetece reflexionar, reírte de tus dramas, o simplemente tener algo que no necesitas recargar cada noche:
Yo lo uso para escribir mis historias, mis caídas, mis ideas millonarias (que de momento no lo son) y hasta la lista de la compra. Todo cabe. Todo se borra. Todo se vuelve a empezar.
Y eso, amigo mío, también es felicidad.
¿Y tú? ¿También has tenido una crisis con banda sonora de motores y olor a cuero nuevo? Cuéntamelo en los comentarios o dale un vistazo al cuaderno que me salvó del Ferrari. Quién sabe… igual te salva a ti también.
¡ESTAS A UNA CARCAJADA DE DISTANCIA DE LA SIGUIENTE HISTORIA!