Cuando el equilibrio no es tu fuerte

Intenté hacer yoga, pero mi equilibrio tenía otros planes

 

Cuando el equilibrio no es tu fuerte, pero la vida te da otra oportunidad

Si alguna vez has intentado hacer yoga y has terminado más en el suelo que en la postura, esta historia es para ti.

El día en que decidí ser zen (o algo parecido)

El problema con tomar decisiones impulsivas es que, tarde o temprano, tienes que cumplirlas. Y ahí estaba yo, parada frente a un estudio de yoga, con mi vieja esterilla enrollada bajo el brazo y una determinación que, francamente, no me representaba.

“Respira profundo”, me dije, como si con eso pudiera disimular el temblor en mis piernas.

Mi relación con el equilibrio había sido tensa desde la infancia. Me caí de bicicletas, patines y hasta de mi propia sombra. Pero, por alguna razón, decidí que el yoga sería mi gran revancha.

Error de cálculo.

La primera caída (y las que vinieron después)

La clase comenzó con una suavidad engañosa. Respiraciones profundas, estiramientos, todo bien. Pero cuando la instructora dijo «vamos a intentar el Árbol», supe que la tragedia era inminente.

Intenté imitar la postura de mis compañeros, pero mis pies tenían otros planes. Me tambaleé como un borracho en una cuerda floja y, antes de saberlo, ya estaba en el suelo.

«¡Uf! No pasa nada, la práctica hace al maestro», me dijo la instructora con una sonrisa demasiado amable.

Me incorporé con dignidad, fingiendo que no me dolía nada. Pero lo peor estaba por venir.

Cuando el suelo se vuelve tu mejor amigo

A medida que la clase avanzaba, mi cuerpo entró en modo rebelión.

  • El Guerrero III me hizo parecer un flamenco borracho.
  • La postura del Cuervo me confirmó que mi cara y el suelo estaban destinados a encontrarse.
  • Y el Perro Boca Abajo se convirtió en un tembloroso intento de supervivencia.

Cada caída venía acompañada de miradas compasivas y sonrisas forzadas de mis compañeros. Pero había algo peor: mi esterilla.

Era vieja, resbaladiza y parecía tener algo en contra de mi dignidad. Cada vez que intentaba estabilizarme, mis pies patinaban como si estuviera en una pista de hielo.

La frustración crecía. ¿Cómo se suponía que debía encontrar mi paz interior si ni siquiera podía mantenerme de pie?

La epifanía entre tropiezos

Justo cuando estaba a punto de rendirme, la instructora se acercó.

—Tal vez el problema no seas tú. Puede ser tu esterilla.

Mi esterilla.

Ese trozo de goma desgastado que me había acompañado durante años, testigo de mi inconsistencia en el ejercicio.

—Prueba con una esterilla antideslizante. La estabilidad es clave en el yoga.

Sonó lógico. Y, siendo sincera, cualquier cosa que evitara mis constantes caídas era bienvenida.

Decidí darle una última oportunidad a mi «camino hacia la iluminación».

La segunda oportunidad (y la victoria inesperada)

Al día siguiente, volví con una nueva esterilla antideslizante. Desde el primer momento, noté la diferencia.

Mis pies se agarraban al suelo. Mis manos no resbalaban. Por primera vez, sentí que tenía control sobre mi cuerpo.

Intenté la postura del Árbol. Esta vez, no caí.
El Guerrero III. Me tambaleé, pero resistí.
Incluso el Cuervo… bueno, casi.

Pero lo importante era que ya no me sentía una extraña en mi propio cuerpo.

El verdadero equilibrio no es solo físico

Con el tiempo, entendí que el yoga no se trataba solo de posturas. Era un reflejo de la vida.

Nos caemos. Nos frustramos. Dudamos de nosotros mismos.

Pero con las herramientas adecuadas, podemos encontrar nuestro equilibrio, incluso cuando parece imposible.

Mi viaje en el yoga apenas comenzaba, pero esta vez, tenía una base firme.

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Tu paz interior (y tu dignidad) te lo agradecerán.

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