De cartas de amor al grupo de WhatsApp de las vecinas

Una carta escrita a mano, una traición, una vecina intensa y un patinete eléctrico. ¿Qué podría salir mal? Ríete de lo que me pasó y cuéntame si tú también lo hubieras hecho.

Del papel al patinete, y vuelta a empezar

¿Te han dejado por WhatsApp alguna vez?
A mí sí.
Y ni siquiera con palabras.
Solo un sticker.
De una sandía.
Partida.

Y así comenzó todo.
Con una sandía.

Y no me refiero a un desayuno saludable, no.
Era el final de una relación. De cuatro años. Cuatro. AÑOS.
Acabados con una fruta.
Animada.
Con ojos.

Pero espera, porque eso no es lo peor.

Lo peor fue lo que hice después.

Cuando los mensajes duraban más que las relaciones

Antes, las cartas se escribían a mano.
Se mojaban con lágrimas de verdad.
Se doblaban con cuidado.
Y se metían en sobres que olían a perfume barato del mercado.

Y ahora…
Ahora te enteras de que te pusieron los cuernos porque tu cuñada compartió la ubicación en tiempo real por error.
O porque la vecina del quinto mandó un audio de cinco minutos con todos los detalles.
Y tú solo escribiste “ok” y te volviste viral.

El arte de escribir cartas (y cagarla igual)

Hace poco decidí volver a escribir una carta.
De verdad. Con boli. En papel.
Porque quería hacer las paces con mi ex.
Romántico, ¿verdad?

Spoiler:
No lo hagas.

No solo no se la leyó…
La subió a Instagram Stories
¡Con música de Shakira!

Y una encuesta.
La gente votaba si debía bloquearme o invitarme a terapia.
Ganó el bloqueo.

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¿Por qué todo lleva a un patinete eléctrico?

Ahí estaba yo, triste, sin dignidad y con el corazón hecho trizas…
Cuando vi una oferta en Amazon:

“Patinete eléctrico. Rápido, ligero y huye de tus problemas”.

Y dije:
«Pues igual sí.»

Porque no sé tú, pero hay días en los que uno no quiere caminar.
Ni pensar.
Solo deslizarse como si la vida no fuera tuya.

Y, oye, el bicho corre.
Corre más que yo cuando vi a mi ex con su nuevo novio, el del gimnasio.
Ese que solo come claras de huevo y no ríe jamás.

El patinete y la venganza elegante

Ahora voy en patinete.
Por el barrio.
Con gafas de sol.
Y auriculares puestos, aunque no suene nada.

Me siento una mezcla entre Batman y Paquirrín.
Inalcanzable.
Imparable.
Imbécil, quizás… pero feliz.

Porque, amigo mío, te digo algo:
Una carta puede que no cambie nada.
Pero un patinete eléctrico…
Eso, sí.

Eso cambia TODO.

¿Y tú? ¿Qué escribiste la última vez?

¿Una carta de amor?
¿Un post de Facebook con indirecta pasivo-agresiva?
¿Un mensaje a las 3AM con faltas de ortografía que decían “te amo”?
(Tres «amas», cuatro “haver” y un emoji de llama sin contexto.)

Sea lo que sea…
tiene más dignidad que un sticker de fruta.

Pero espera… aún no sabes lo mejor

Desde que tengo el patinete:

  • Llego antes que el bus.
  • Evito conversaciones incómodas con vecinos.
  • Me ahorro excusas para no ir al gimnasio (simplemente no voy, y ya).
  • Y, lo más importante… ya nadie me ve correr detrás de nadie.

Ahora soy yo quien marca el paso.

¿Quieres uno?

No lo compres por mí.
Hazlo por ti.
O mejor… hazlo para que la próxima vez que tu ex te vea, piense:

“Mira ese… no sé si es feliz…
pero va MUY rápido”.

¿Te ha pasado algo parecido?

Cuéntamelo en los comentarios.
O mándame una carta.
Pero por favor…
¡que no sea un sticker de fruta!

¿Te gustaría que lo siguiente fuera una historia sobre mi grupo de WhatsApp familiar y cómo acabó en tragedia por culpa de una paella?
Dímelo, y lo escribo. Pero ríete primero, ¿vale?


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