Porque lo cotidiano también puede ser surrealista.
Una historia real (y cómica) sobre cómo una carta olvidada dentro de un libro de segunda mano desató una aventura de ironías, descubrimientos y gafas de video virtual. Ideal si te gusta el humor con un toque de misterio y tecnología sutil.
Una carta inesperada
Todo empezó un martes. No un martes cualquiera, no. Uno de esos martes en los que decides hacer algo radicalmente distinto… como entrar en una librería de segunda mano con más polvo que clientes.
Entré buscando aire acondicionado y salí con un tomo de 3,50 € y la sensación de haber hecho algo tremendamente adulto. Lo que no sabía es que ese libro iba a traer consigo más drama que la boda de una ex con tu mejor amigo.
El hallazgo (no tan literario)
Ya en casa, con el libro en una mano y una bolsa de patatas fritas en la otra, me lancé al sofá con la esperanza de parecer interesante incluso para mí mismo. Abrí la primera página… y ahí estaba. No era un billete olvidado —que también habría agradecido, ojo—, sino una carta. Escrita a mano. Con tinta. En papel de carta con margaritas.
Y como uno es curioso, pero sobre todo cotilla, empecé a leer.
«Querido J, sé que lo nuestro no funcionó por culpa de aquel maldito casco de realidad virtual. Pero aún pienso en ti cada vez que veo una simulación de la Toscana…»
A ver. Stop. ¿Qué narices había pasado aquí?
De carta romántica a episodio de Black Mirror
La historia que contaba esa carta era digna de una serie de Netflix: una pareja que se conoció en un curso de cata de vinos virtual (sí, como lo oyes), se enamoró en un entorno 3D lleno de uvas renderizadas, y rompió cuando él decidió mudarse digitalmente a una comuna nudista en Bali… en el metaverso.
Y tú pensando que tu ex era intensa por subir indirectas en Instagram. Esta gente vivía en la VR como si fuera su barrio.
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Lo que me flipó, más allá de lo surrealista, fue el storytelling que mueve emociones. Porque, aunque lo del casco de VR sonaba a cachondeo, había verdad. Había nostalgia. Había sentimiento.
Y, lo admito, por un momento me vi comprándome unas gafas de video virtual, no para vivir en Bali desnudo (de momento), sino para intentar entender cómo alguien podía amar tanto una ilusión generada por un procesador gráfico.
Acabé comprándolas. Pero ya llegaremos a eso.
Reflexiones de sofá y patatas
La carta me hizo pensar (sí, entre bocado y bocado): ¿cuántas historias no leemos porque están escondidas entre páginas ajenas? ¿Cuántas cartas como esa acaban en el contenedor azul, sin que nadie las lea ni se ría un rato con ellas?
Y, sobre todo, ¿por qué nadie me escribe cartas así, aunque sea para reprocharme algo en cursiva?
Me puse en plan detective
Obviamente, quise saber más. Busqué nombres, pistas, ¡hasta el vino que mencionaban! Nada. Como si esa historia solo hubiera existido entre esas páginas. Y ahí fue cuando me rendí… y encendí mis flamantes gafas de realidad virtual, esas que pillé con una oferta buenísima (porque uno será emocional, pero no tonto).
Y claro, me fui a la Toscana virtual. Por curiosidad, por empatía, por si acaso. Y porque, seamos honestos, la vida real no incluye viñedos sin impuestos ni alergia al polen.
Lo que aprendí (entre risa y risa)
- Nunca subestimes un libro de segunda mano.
- Hay más verdad en una carta cursi que en muchos perfiles de Tinder.
- Las gafas de realidad virtual no solo sirven para jugar o escapar… a veces, también te ayudan a conectar (aunque sea contigo mismo).
Y ahora, ¿qué?
Desde aquel día, leo todo libro viejo con la esperanza de encontrar otra historia escondida. Aunque también puede que sea una excusa para justificar las 30 gafas de pasta que tengo apiladas sin leer.
Y por si tú también sientes curiosidad por vivir historias que no sean las tuyas —o que sí lo sean, pero con más viñedos y menos vecinos ruidosos— te dejo por aquí el modelo de gafas de video virtual que me cambió un poquito la perspectiva (y me quitó la alergia, al menos en modo VR).
¿Y tú? ¿Te atreves a mirar desde otra realidad? Si alguna vez encontraste algo inesperado en un libro, cuéntamelo en los comentarios.