Me resbalé y mi dignidad se quedó en la acera

Una historia absurda, divertida y llena de sarcasmo sobre resbalarse en plena calle, perder la dignidad, ganar experiencia y descubrir que un calentador de tazas puede curar el alma.

Caída épica en plena calle

Me resbalé en la acera y caí frente a todo el mundo.
Yo no sé si es que tengo un imán para el absurdo o si el universo me ha adoptado como su payaso personal, pero lo que me pasó el otro día es de esas cosas que sólo me pasan a mí. Y no es victimismo, es estadística. Si hay una baldosa suelta, la piso. Si hay una paloma con puntería, soy el objetivo. Y si hay una acera mojada… pues sí, me resbalé en la acera y caí frente a todo el mundo. Como en cámara lenta, pero en versión cutre.

Todo empezó con un café y muchas expectativas

A ver, que no estaba haciendo nada del otro mundo. Solo quería ir a la tienda a devolver unos calcetines que me hacían parecer un mimo deshidratado. Pero como todo adulto funcional, antes decidí hacerme un café. Ahí estaba yo, con mi taza favorita, una de esas que te hacen sentir importante aunque estés en pijama desde el martes. El problema es que el café se enfrió antes de que me diera tiempo a beberlo.

—¡Basta! —grité al aire, mientras me vestía con dignidad (o lo intentaba). Ese fue el primer error: salí de casa sin café y con expectativas. Mala combinación.

TE PUEDE INTERESAR

Ignorar tus problemas funciona (yo lo probé)

La caída de Roma fue más elegante que la mía

Y ahí estaba yo, cruzando la acera como si la vida me debiera algo, cuando, sin previo aviso, el suelo decidió que era su momento de brillar. Una mezcla de baldosa mojada, zapatillas baratas y mi nula coordinación hicieron el resto.

¡PAM! Al suelo. Culazo. Ruido seco. Gente mirando. Una señora gritó: «¡Ay Dios mío, que se ha matado!» Y yo ahí, con medio glúteo anestesiado, intentando recordar si había actualizado mi testamento.

Lo peor no fue la caída. Ni siquiera el dolor. Fue la humillación. Un adolescente me grabó. Una señora me ofreció un caramelo. Un perro me lamió la oreja. Era como un sketch surrealista de esos que enganchan el conocimiento profundo de lo tragicómico.

La reflexión: sólo me pasan desgracias

Mientras caminaba cojeando de vuelta a casa, con el orgullo en el tobillo izquierdo, pensé: «¿Por qué solo me pasan desgracias?» Luego recordé que la semana pasada pedí sushi y me llegó una pizza. Mi tostadora explotó. Perdí una pelea con una impresora.

Vamos, que tengo una vida que haría llorar de la risa a los guionistas de cualquier serie absurda.

La iluminación: Saint Laurent y mi taza

Una vez en casa, decidí que necesitaba un momento de paz. Agarré mi taza, hice café… y otra vez se enfrió. Me miré al espejo. No podía más. Tenía que elegir: o me hacía ermitaño o me compraba un juego de calentador de taza de café y taza.

Y lo hice. Saint Laurent decía que “la elegancia está en la actitud”. Pues yo añadí: y en el café caliente, copón. Desde entonces, mi taza se mantiene caliente y yo también (de ánimo, se entiende, que el amor todavía no me llega por Amazon).

El final feliz: café caliente, dignidad tibia

Ahora cada vez que miro el calentador de tazas pienso: “Esto me ha salvado del caos absoluto.” No es solo un gadget, es un salvavidas emocional. Cuando la vida se pone absurda, por lo menos puedo refugiarme en un café que no se enfría mientras yo decido si lloro o me río. Spoiler: me río.

Y no, esto no va de venderte nada (guiño), pero si tú también has tenido un día de esos donde te caes literal o metafóricamente, piénsatelo. A veces, el secreto de la felicidad es tan simple como una taza caliente esperándote.

La dignidad cae, el humor levanta

¿Tú también coleccionas momentos ridículos como cromos?
Cuéntamelo en los comentarios, ríete de mí (o conmigo), y si te identificas… échale un ojo al calentador de tazas. No cambia la vida, pero mejora el café (y eso ya es algo).

Deja un comentario