Cada noche me engaño

Me hago la promesa de dormir temprano y la serie que nunca me deja ir. Historia de Reflexión. Entre la risa y la reflexión. Reflexiones graciosas sobre la rutina.

La mentira más grande que me cuento cada noche

Cada noche hago la misma promesa: «Hoy sí me duermo temprano.» Me lo digo con convicción, casi con solemnidad, como si fuera un juramento sagrado. Ceno ligero, me pongo el pijama más cómodo y me meto en la cama con la intención de cerrar los ojos antes de medianoche.

Pero ahí está ella. Brillando en la penumbra de mi habitación, esperándome como un viejo amigo que nunca falla.

Mi Smart TV.

No es cualquier televisor. Es mi confidente, mi cómplice, mi tentación. En ella, las historias no son solo entretenimiento, son un escape, un consuelo, una trampa.

Tomo el mando a distancia con la intención de ver solo un capítulo. Pero todos sabemos cómo termina esto.

El juego mental entre el deber y el placer

Todo comienza con una excusa.

«El episodio dura solo 45 minutos. Son apenas las 11:30. A las 12:15 estaré dormido.»

Mentira.

Porque el episodio termina con un cliffhanger. Un giro inesperado. Un personaje en peligro. Un misterio sin resolver.

Y entonces mi Smart TV, como si leyera mi mente, hace su jugada maestra:

«El siguiente episodio comenzará en 5… 4… 3…»

Levanto el control para pausarlo. Pero no lo hago. Me quedo mirando.

«Bueno, solo los primeros cinco minutos.»

Y ahí es cuando mi destino está sellado.

Esos cinco minutos se convierten en media hora, que se convierte en una hora. Y cuando por fin miro el reloj, el tiempo se ha esfumado.

Son las 3:00 a. m.

Mañana (o mejor dicho, en unas pocas horas) tengo que madrugar. Voy a odiarme.

Pero esta historia… Esta historia es demasiado buena para detenerme.

La noche en que perdí la batalla contra mi smart TV

Hubo una noche en particular en la que toqué fondo.

Era jueves. Había prometido dormir temprano porque tenía una reunión importante a las 9:00 a. m. Mi plan era claro: acostarme a las 11:00 p. m., dormir ocho horas completas y despertar fresco como una lechuga.

Pero aquella serie —esa maldita serie— tenía otros planes.

A las 11:30 p. m., un personaje hizo una confesión que lo cambió todo.

A la 1:00 a. m., hubo un plot twist que me dejó sin aliento.

A las 2:30 a. m., el protagonista estaba al borde de la muerte.

A las 3:00 a. m., solo faltaban dos episodios para el final.

¿Cómo podría dormir sin saber cómo termina?

A las 5:00 a. m., vi los créditos finales.

A las 5:05 a. m., me odié.

A las 5:10 a. m., me prometí que no volvería a hacer esto.

A las 5:15 a. m., apagué la televisión con los ojos ardiendo.

A las 5:20 a. m., el despertador sonó como una sentencia de muerte.

La realidad y la tecnología que nos atrapa

Pasé ese día en modo zombie, con cafeína en las venas y remordimiento en el alma. Me prometí que jamás volvería a caer.

Pero seamos honestos: todos sabemos que estoy mintiendo.

Porque al final del día, cuando me tumbo en la cama y veo mi Smart TV brillando en la oscuridad, sé que solo hace falta una cosa para que la historia se repita:

Una nueva serie.

Y justo cuando pienso que tengo el control, ella me hace una oferta que no puedo rechazar:

«Recomendaciones para ti: una serie basada en tus gustos.»

Y así empieza el ciclo otra vez.

Dormir temprano es importante, sí. Pero también lo es disfrutar de una buena historia. Y si vamos a perdernos en ellas, más vale hacerlo con una experiencia de imagen y sonido que haga justicia a cada escena, cada emoción, cada giro inesperado.

Si te has visto en este dilema (y sé que sí), tal vez sea momento de abrazar la realidad: No vamos a dejar de ver series. Pero al menos podemos hacerlo con la mejor calidad posible.

Si vas a caer en la tentación, que sea con una Smart TV que haga que cada noche valga la pena.

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