Cuando una broma en el supermercado te hace replantearte todo.
Lo que pasa en el supermercado se queda en el supermercado… o no
Ir al supermercado es como un safari, pero sin el encanto de la sabana africana y con carritos asesinos que atacan tus tobillos. Lo normal es entrar con una lista y salir con todo menos lo que realmente necesitabas. Pero aquella tarde, mi compra semanal se convirtió en una experiencia filosófica que ni Sócrates en la cola del pan.
Todo empezó con una broma. Una inocente, absurda y maravillosa broma.
El origen del caos
Resulta que estaba yo en la sección de congelados, debatiendo internamente si comprar una pizza de cuatro quesos o rendirme ante la dictadura de la comida saludable. En ese momento, mi amigo Jaime, que había venido de polizón en mi expedición, decidió que era buena idea hacerme una «gracia».
Sin que me diera cuenta, metió en mi carrito una bolsa de nuggets con forma de dinosaurio.
No es que tenga nada en contra de los nuggets jurásicos, pero la gracia estaba en lo siguiente: cuando llegué a la caja y la cajera pasó el paquete, solté, sin pensarlo:
«Ah, sí, es para mi hijo».
Detalle importante: no tengo hijos. Pero la mentira blanca ya estaba en el aire, flotando como un globo de helio imposible de recuperar.
El punto sin retorno
La cajera, una mujer con cara de haber visto de todo en su vida, sonrió y me preguntó:
«¿Cuántos años tiene?».
En ese momento, podía haber rectificado. Podía haber dicho la verdad, reírnos y seguir con mi vida. Pero, como buen ser humano atrapado en una situación absurda, decidí redoblar la apuesta.
«Seis años», respondí, con la confianza de un vendedor de coches usados.
Jaime, a mi lado, contenía la risa con la cara roja como un tomate. La cajera siguió con la conversación:
«¡Qué bonito! Esa edad es maravillosa. Seguro que le encantan los dinosaurios».
Aquello se estaba saliendo de control.
El apogeo del engaño
Para cuando me quise dar cuenta, le había contado a la cajera que mi «hijo» se llamaba Martín, que era fanático de los T-Rex y que su sueño era visitar un parque jurásico (como si existieran de verdad). Y, lo peor, la mujer me miraba con una ternura que hacía que me sintiera la peor persona del mundo.
Jaime, el traidor que inició esta farsa, ya estaba en un rincón llorando de la risa.
Fue en ese momento cuando la cajera, conmovida por mi falsa historia paternal, me dijo:
«Se nota que eres un buen padre. Ojalá hubiera más como tú».
Boom. Golpe bajo directo a la conciencia.
La reflexión inesperada
Salí del supermercado con mis nuggets de dinosaurio y una crisis existencial bajo el brazo. La broma inocente se había convertido en una lección de vida: hay gente que realmente valora la idea de un hogar estable, de un lugar donde compartir momentos especiales. Y yo, que siempre había pensado que comprar una casa era un suplicio burocrático, empecé a verlo de otra manera.
Quizás no tenía un hijo, pero sí podía empezar a construir algo propio. Un espacio para las risas, para las historias ridículas y, por qué no, para comer nuggets de dinosaurio sin excusas.
Y aquí es donde, si tú también has sentido esa necesidad de encontrar tu lugar, una casa prefabricada puede ser una opción inteligente. Son rápidas, personalizables y te evitan esa odisea infinita de reformas y permisos. Vamos, que si hasta yo he aprendido algo en un supermercado, cualquiera puede encontrar el hogar perfecto sin dramas.
No subestimes una broma tonta
Lo que empezó como una chorrada terminó en una revelación sobre la importancia de tener un hogar propio. Así que, si alguna vez te ves atrapado en una mentira en la caja del supermercado, aprovecha la oportunidad: podría llevarte a una gran reflexión… o, al menos, a una cena divertida con nuggets de dinosaurio.
¿Y tú? ¡Cuál ha sido la situación más absurda en la que te has visto envuelto? Cuéntamelo en los comentarios.