El día que casi lanzo mi portátil por la ventana. Una historia real, graciosa y muy humana sobre cómo sobreviví al apagón de mi portátil sin guardar el trabajo. Y cómo un tigre decorativo me salvó la vida emocional.
Mi portátil murió sin guardar
Todo empezó con un café, una tostada quemada y un “hoy sí que me pongo serio”. Ya sabes, esos días en los que te sientes como un ser productivo, casi adulto funcional. Abrí el portátil con ímpetu, me acomodé la bata como si fuera una capa de superhéroe y empecé a escribir una de las mejores entradas de blog de mi vida. Literalmente, el Hemingway del teclado.
Y entonces… ¡zasca!. Pantalla negra. Silencio absoluto. Mi alma salió de mi cuerpo y se fue a buscar señal WiFi.
Porque sí, se apaga mi portátil justo cuando no había guardado mi trabajo. Y no estoy exagerando cuando digo que lo que vino después fue una crisis existencial digna de telenovela turca.
¿Por qué todo está en mi contra?
Primero pensé que era una broma. ¿Un cortocircuito cósmico? ¿El karma en modo vengativo? ¿El universo riéndose de mí con palomitas?
Encendí el portátil con la esperanza de que, mágicamente, todo siguiera ahí. No, no había nada. No había ni una coma. Tampoco una tilde. Ni siquiera aparecía ese ‘ehhhh’ que siempre pongo cuando no sé cómo empezar un párrafo.
Y entonces me lo pregunté en voz alta:
¿Por qué todo está en mi contra?
Lo dije con la intensidad de una protagonista de culebrón, dramáticamente mirando al techo, mientras el gato me juzgaba desde la mesa.
Ahí fue cuando me di cuenta de que mi vida entera estaba sostenida por tres cables pelados, una batería moribunda y mi ingenua fe en el autoguardado de Word.
La rabia, el llanto y la revelación felina
Durante los siguientes 15 minutos pasé por todas las etapas del duelo:
- Negación: Esto no puede estar pasando. Seguro que se guardó solo.
- Ira: ¡Maldito portátil! ¡Maldita electricidad! ¡Maldito yo por no guardar!
- Negociación: Si aparece el archivo, prometo no volver a piratear series turcas.
- Depresión: Me tiré en el sofá. Con la bata puesta. Como una croqueta triste.
- Aceptación: Vale. Está perdido. Pero ¿y si lo reescribo desde el recuerdo?
Fue justo en ese momento de iluminación (o desesperación, que a veces es lo mismo) cuando mi mirada se cruzó con la réplica realista de tigre de Bengala que tengo en el salón. Sí, tengo un tigre de Bengala en casa. De mentira, claro. Pero da el pego. Y es impresionante. Lo compré como decoración exótica, pero ahora lo uso como gurú espiritual.
El caso es que, en mitad de mi crisis, el tigre me miraba como diciendo: “¿Otra vez tú? ¿Otra tragedia inventada?” Y me iluminé.
Y además
La vida sigue (aunque el archivo no)
Me levanté. Serví otro café. Volví a sentarme. De nuevo en mi lugar, empecé a reescribir.
¿Era igual que el texto perdido? No.
¿Era mejor? Tampoco.
¿Pero me reí escribiéndolo? Como nunca.
Y ahí está la clave. Porque a veces, perder algo te obliga a crear desde otro lugar. Uno más divertido, más honesto, más surrealista. Más tú.
Así que, desde ese día, guardo cada cinco minutos. He activado el autoguardado, tengo copias en la nube, y por si acaso, le cuento las ideas al tigre. Porque si vuelve a pasar, al menos él se acordará, ¿no?
Y por si tú también estás harto de que todo esté en tu contra, y necesitas un símbolo de poder, resistencia y sarcasmo felino en tu vida… igual necesitas tu propia réplica realista de tigre de Bengala.
No te solucionará los apagones, pero al menos tendrás a alguien con cara de “tómatelo con calma, humano” mientras te ahogas en drama.
Moraleja (sí, como en las fábulas)
Cuando la vida te apaga el portátil sin guardar, tú enciende la risa. O compra un tigre de Bengala. O ambas.
Y si quieres tener al tigre más sabio del salón, te dejo aquí una opción que no ruge, pero impone:
¿También sufres apagones emocionales y tecnológicos?
Déjame tu historia en los comentarios o comparte este post con ese amigo que guarda los archivos después de cerrar el programa. ¿alguna vez perdiste algo que te dio por reír (después de llorar)? Cuéntamelo que reír en grupo siempre es mejor.