¿Animales VIP? Pues yo quiero ser mapache

Una historia absurda sobre animales con privilegios, humanos sin dignidad y una cerveza dispensada con tanta frialdad que deja helado… hasta el ego.

Relato corto con final inesperado y birra fría

Relatos cortos con final inesperado, mucho humor y algo de espuma fría.
Porque hay días en los que tu dignidad te abandona…
Y tu perro tiene acceso a lugares donde tú no puedes ni estacionarte.

El cartel lo decía claro: “SOLO ANIMALES. PROHIBIDO EL PASO A HUMANOS.”

Y ahí estaba yo.
Afuera.
Mirando con resignación cómo mi perro —sí, mi perro— entraba a ese lugar con aire acondicionado, sofá ortopédico y galletitas sin gluten, mientras yo sudaba en la banqueta como croqueta al sol.

No, no era un chiste.
Tampoco una metáfora.
Era miércoles.

Y yo acababa de ser humillado por un beagle con pañuelo de cuadros y su carnet VIP.

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Mi cerebro, en modo protesta (y con cero estímulos cerebrales):

—¿¡Perdona!? ¿Ahora los humanos no podemos entrar?
—“Lo sentimos, acceso exclusivo para animales. Sus acompañantes humanos pueden esperar afuera.”
—¿Y qué soy yo? ¿El chofer del chihuahua?

Me senté, resignado.
El suelo estaba más caliente que mi autoestima.
Y justo cuando pensaba que nada podía ser peor…

Se abrió la puerta.

Y salió.

No mi perro.
Salió un gato.

Con gafas de sol.
Un aire de superioridad que haría llorar a un aristócrata.
Y un helado. Un j*dido helado.

¿Desde cuándo los gatos comen helado de mango orgánico?

Lo miré. Me miró.
Sacó la lengua.
No al helado. A mí.

Y juro por lo que más quiero (mi último paquete de galletas de dinosaurio) que me guiñó el ojo.

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Entonces recordé algo.

La Biennale des Antiquaires.
Ese evento ultra exclusivo donde todo es viejo, caro y con pretensiones más grandes que la Fontana di Trevi.

Ahí también me negaron la entrada.

Por llevar crocs.

A lo mejor los gatos también tienen su biennale.
Y yo, otra vez, no estaba invitado.

Pero espera, ¿quieres lo peor?

MI PERRO SALIÓ CON UNA BOLSA.
Una especie de goody bag con snacks orgánicos, juguete biodegradable, y…

—¿Eso es una cerveza?

La miré bien.
No era cerveza para perros.
Era cerveza. De verdad.
En una lata de diseño. Bien fría.

Me vio.
Movió la cola.

Y me la dejó en el suelo, como quien le deja a su siervo una recompensa por no desmayarse en la acera.

Y ahí entendí algo.

No era una cerveza cualquiera.

Era dispensada con un sistema que la mantenía a la temperatura exacta.
Ni un grado más.
Ni una burbuja de menos.
Fría como la venganza.
Fresca como las decisiones que tomas después de la tercera.

Y sí… la probé.

Aunque me ardiera el alma.
Y el orgullo.
Y la rodilla, que ya no está para sentarse en la banqueta.

Moraleja rápida (sin moraleja real, pero con birra):

A veces eres el perro…
Y a veces eres el humano sudando fuera del local.
Pero si tienes un dispensador de cerveza refrigerante, todo mejora.

Te lo digo en serio:
No necesitas entrar al club de los animales VIP para sentirte privilegiado.

Solo necesitas cerveza bien fría.
Y un buen sistema para servirla como merece.
Sin dramas.
Sin heladeras llenas de cosas misteriosas.
Y sin gatos con gafas juzgándote.

¿Y si te cuento cómo tener eso en casa?

Sí, ese dispensador existe.
Lo encontré después de aquel día de humillación pública y sed existencial.

Lo puedes ver aquí:

 

No cambia tu estatus frente a los mapaches de clase alta, pero enfría más rápido que tus decisiones cuando estás sobrio.

¿Te ha pasado algo así? ¿Te sientes identificado? Déjalo en los comentarios.
Y si no tienes un perro VIP, al menos ten una cerveza como dios manda.


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