Historia de Reflexión. Reflexiones con un toque cómico. Mente sin límites.
¿Por qué sigo odiando madrugar?
La batalla de Adrián con su despertador (y la inesperada solución). Una historia con un toque cómico para mentes sin límites y reflexivas.
El problema que nunca se resuelve
El despertador suena.
Adrián no se mueve.
Bueno, técnicamente sí: golpea el botón de repetición con la precisión de un francotirador. Luego, se gira, se hunde en la almohada y finge que el mundo no existe.
Pero el mundo insiste.
El despertador vuelve a sonar.
Adrián hace lo que cualquier persona racional haría: se queja en voz alta.
—No puede ser. Otra vez. ¿Por qué la humanidad no ha encontrado una solución a esto? Hemos enviado gente a la Luna, tenemos coches eléctricos, pero seguimos dependiendo de un ruido infernal para empezar el día.
El despertador responde con otro pitido.
—Sí, sí, ya lo sé. ¡Cinco minutos más!
Cinco minutos que, como siempre, terminan siendo veinte.
Y entonces, el caos: Adrián salta de la cama, maldice en cinco idiomas, se viste a toda prisa y sale corriendo como si hubiera un incendio. El incendio es su vida desmoronándose cada mañana.
¿Por qué madrugar es tan horrible?
Adrián no siempre fue así.
Hubo un tiempo en el que tenía energía por las mañanas. De niño, se despertaba antes que el sol para ver caricaturas. En la adolescencia, la emoción de un viaje o un evento especial le hacía saltar de la cama sin esfuerzo.
Entonces, ¿qué cambió?
La respuesta es simple: la obligación.
Levantarse para trabajar no es lo mismo que levantarse por emoción. El cerebro lo sabe. No hay dopamina en una reunión a las 9 am.
—¿Cómo lo hacen los demás? —se pregunta mientras toma café como si fuera un suero de emergencia.
Los «mañaneros» son un misterio. Esa gente que a las seis de la mañana ya ha hecho yoga, leído un libro y preparado un desayuno balanceado. ¿Son humanos? ¿O una especie superior?
Adrián está convencido de que algo anda mal con él. Pero no es el único.
La trampa del despertador (y el círculo vicioso de Adrián)
Cada noche, Adrián se promete a sí mismo que será diferente.
—Mañana me levantaré a la primera. Sin excusas.
Programa el despertador con determinación. Cierra los ojos. Se convence de que todo va a cambiar.
Pero, claro, cuando suena la alarma a la mañana siguiente, no es el mismo Adrián de la noche anterior. Es otro ser. Un zombie. Un cavernícola con sed de sueño.
Y el ciclo se repite.
Motivación nocturna → Sonido infernal → Negación → Caos matutino → Promesas rotas
El día que todo colapsó
Todo iba según el guion habitual hasta que un lunes la catástrofe alcanzó su punto máximo.
Adrián apagó el despertador como siempre. Solo que esta vez, en lugar de dormirse otros cinco minutos, se quedó profundamente inconsciente.
Cuando abrió los ojos, sintió que algo andaba mal.
No había pitidos.
No había caos.
Pero había demasiada luz.
Miró el reloj. 9:47 am.
Su reunión había comenzado hacía casi una hora. Game over.
Lo que siguió fue una serie de eventos lamentables:
- Un mensaje de su jefe: “Adrián, ¿dónde estás?”
- Un intento fallido de explicar que su despertador lo había traicionado.
- La amarga sensación de que había tocado fondo.
Fue entonces cuando entendió algo clave: el problema no era él. El problema era su despertador.
Una luz al final del túnel (literalmente)
Esa noche, mientras buscaba desesperado soluciones para su problema eterno, cayó en un artículo que hablaba sobre los ciclos de sueño y cómo el cuerpo humano no está diseñado para despertarse con sonidos estridentes.
El despertador tradicional era el enemigo.
Pero entonces vio algo que le llamó la atención: un despertador de luz natural.
—¿Qué es esto? ¿Un invento futurista o simple charlatanería?
Según el artículo, este tipo de despertador simula la salida del sol, despertándote de forma gradual y natural, sin ruidos violentos.
—Bueno, ya probé todo lo demás…
Lo compró.
La mañana en la que todo cambió
Cuando llegó el despertador, Adrián no esperaba milagros. Pero decidió probarlo.
Esa noche, lo configuró y se durmió con escepticismo.
A la mañana siguiente, algo extraño ocurrió.
No hubo sobresaltos.
No hubo pánico.
Simplemente, sintió una luz cálida en su rostro. Abrió los ojos sin esfuerzo, como si su cuerpo hubiera decidido despertarse por sí solo.
Miró el reloj.
Eran las 7:00 am.
Y por primera vez en años, se sintió… bien.
No hubo maldiciones en cinco idiomas. No hubo carreras desesperadas. Solo él, una taza de café y la extraña sensación de haber ganado la batalla contra la mañana.
¿y si el problema nunca fuiste tú?
Adrián pasó toda su vida pensando que era flojo, que le faltaba disciplina o que simplemente no estaba hecho para madrugar.
Pero la verdad era otra: su cuerpo solo necesitaba despertarse de una manera más humana.
Si tú también sientes que cada mañana es una guerra, tal vez el problema no seas tú.
Tal vez solo necesitas una mejor forma de despertar.
Y quién sabe… tal vez el despertador de luz natural sea justo lo que estabas buscando.

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